01/04/2025
Por Revista Herramienta
Tamás Krausz es profesor emérito en la cátedra de Historia Rusa en la Universidad Eötvös Loránd en Budapest, y dirige el Departamento de Estudios Europeos Orientales. Es uno de los intelectuales radicales y activistas políticos más conocidos en Hungría. Preside el consejo editorial de la revista trimestral Eszmélet [Consciencia] y ha publicado artículos en todo el mundo. Es el autor de Reconstructing Lenin – an intellectual Biography (Monthly Review Press, 2015), libro ganador del Premio “2015 Deutscher Memorial Prize”. A continuación reseñamos el último capítulo de su libro sobre la “Reconstrucción de Lenin”.
Comentarios resumidos en lugar de un epílogo
Ciertos autores pasan por alto el descubrimiento práctico más importante de Lenin: su interpretación teórica de la dialéctica marxista, su reconstrucción, y su aplicación práctica; que el materialismo dialéctico incorpora el auto-movimiento en las cosas, los fenómenos, los procesos, y la actividad humana consciente para transformar la sociedad. No se trataba de la dialéctica histórica de las ideas, sino el auto-movimiento y la auto-creación de la historia mediante las clases sociales y los individuos, actualizando a la XI tesis sobre Feuerbach: “Los filósofos se han limitado a interpretar al mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo”. En otras palabras, para él, la historia no era un todo abstracto, un objeto de estudio, sino una herramienta con la cual poder localizar los elementos y las tendencias a ser continuados o transformados en el medio del “colapso”.[1]
A través de su práctica teórica fue conociendo las leyes generales del mundo y de las ideas, pero su objetivo era estar atento a las ideas y la acción, mientras luchaba contra el escolasticismo, el relativismo, y el misticismo. Buscaba apasionadamente la verdad desde su infancia, como se manifestó en su rechazo a toda forma de opresión y explotación. Esto también se hallaba en la raíz de su lucha contra las instituciones y las ideologías que dominaban la humanidad. Su percepción de la totalidad era que el todo está compuesto por una variedad de contradicciones que deben ser puestas al descubierto para discernir los elementos y procesos continuos y discontinuos de una historia cambiante.[2] La “revolución social”, o sea, el “salto cualitativo” es una parte orgánica e inalienable de la historia de la sociedad moderna, y para él era uno de los descubrimientos más importantes del marxismo.
Para interpretar adecuadamente el marxismo de Lenin, Krausz afirma que su legado es esencialmente una aplicación práctica de la teoría de las formaciones sociales de Marx, a la luz de las circunstancias y experiencias históricas de una época y una región determinadas (sobre todo, el desarrollo del capitalismo en Rusia, la revolución rusa de 1905, la crisis del marxismo en 1914, la evolución del imperialismo, la revolución de octubre de 1917, el comunismo de guerra, y la NEP). Su conciencia básica de que la humanidad estaba ante la posibilidad de una revolución social y del socialismo (o más bien, una transición que conducía hacia él) fue la conclusión fundamental que extrajo de las experiencias de su práctica política durante esos años.
Por eso, el legado político y teórico de Lenin, como una variante histórica del marxismo, es única e irrepetible. En nuestra época, bajo difíciles circunstancias, hay importantes intentos de “restaurar” al marxismo de Lenin para el movimiento anti-globalización.[3] La principal razón de ello es que la tradición leninista del marxismo es la única que ha ofrecido, al menos por un tiempo, una alternativa al capitalismo, abriendo una grieta en sus muros, aun cuando esa grieta hoy parece estar cerrada. La situación mundial desde los años noventa nos muestra que la dominación mundial del capital ha engendrado nuevas formas de descontento. Según Krausz, buscando alternativas, los descontentos siguen recurriendo al “marxismo de Lenin” a menudo. Los escritores marxistas como Lukács en la década de 1920 o Gramsci en la de 1930, así como las tendencias políticas y teóricas opuestas en el movimiento comunista, habían encontrado sus fuentes en Lenin.
Concepto y sistematización
Aunque Lenin sabía todo lo que había que saber en esa época sobre Marx y Engels, no se limitó a explorar la teoría marxista de la socialdemocracia y el anarquismo europeos. La aplicó (a su manera) en las circunstancias rusas, vinculando a la teoría con la práctica organizativa revolucionaria. En ese proceso contribuyó con muchas ideas originales a la reconstrucción teórica de la acción y el movimiento revolucionarios, contra las tendencias socialdemócratas reformistas.
La sistematización del legado de Lenin comenzó como parte de la lucha sobre la herencia de sus ideas y la legitimación de esa lucha. Lo que caracterizaba a esas deconstrucciones no era solamente que el marxismo fuera identificado con el legado de Lenin, ni que el marxismo fuera “rusificado” como resultado de esa lucha. Más bien, el marxismo de Lenin fue interpretado exclusivamente como la teoría y la práctica de la revolución y la lucha de clases, omitiendo las etapas y el método del desarrollo que dieron forma a ese fenómeno. Este enfoque reduccionista simplificó al marxismo de Lenin como una ideología de la lucha de clases política y, sobre todo, una ideología para justificar la preservación en el poder de los bolcheviques. El período estalinista que siguió, llegó a considerar al leninismo solo como la ideología del partido, el vehículo principal y casi exclusivo del marxismo, con el Partido Comunista, que fuera entonces su estado mayor y finalmente su dirección, funcionando como su único guardián. Los soviets, los sindicatos, y las otras formas de autoorganización, las cuales Lenin pensó que serían elementos centrales en la transición al socialismo, fueron limitadas cada vez más en la reproducción de la teoría y la ideología. El marxismo-leninismo se convirtió en la nueva legitimación ideológica para la preservación del sistema. Recién con el colapso de la Unión Soviética, el “emperador desnudo” quedó en evidencia, y la ideología legitimizadora del leninismo cayó en las fosas de la historia junto al propio sistema.
Para Krausz, los elementos aún influyentes del marxismo pre-estalinista fueron analizados en la década de 1960 por Lukács (tal como lo habían sido anteriormente por Gramsci). Y en la década de 1970, muchos marxistas comunistas europeos y antisoviéticos (él cita desde Rudolf Bahro hasta el italiano Gerratana, Ferenc Tökei, Bence-Kis), comenzaron a elaborar y difundir estas ideas criticando al socialismo de estado, y creando una auténtica alternativa socialista. Esos escritores pusieron de manifiesto que al poder histórico, político y teórico-científico del marxismo de Lenin no se lo podía reducir exclusivamente a la administración del poder o al “estado de bienestar” como los ideólogos soviéticos y sus adversarios burgueses (con objetivos opuestos) trataron de hacer durante las décadas pasadas.
Estos esfuerzos formaron parte de un intento a nivel mundial para esbozar un nuevo marco de referencias crítico en el marxismo. Una amplia variedad de marxistas (sin dudas, el propio Krausz está incluido en ella) procuraron durante esas décadas forjar una especie de “tercera vía”, entre la preservación del socialismo de estado y la restauración del capitalismo, o sea, un regreso a una política marxista que pudíera conducir al auténtico socialismo. En oposición a estos intentos por una sistematización (que se pueden considerar expresiones filosóficas de la libertad individual y colectiva, o de la democracia participativa), casi todos los argumentos de los anti-leninistas, sin tener en cuenta la ideología, provienen de identificar la herencia de Lenin con el estalinismo. Hasta hoy, esos argumentos forman los elementos fundamentales del discurso del anticapitalismo anti-leninista.
Para Krausz, las reservas expresadas con referencia al marxismo de Lenin son comprensibles, pues solo luego del colapso de la Unión Soviética se hizo ampliamente evidente que esa proeza intelectual y práctica, históricamente específica, que había dejado de cumplir el rol de la legitimación del aparato estatal, resiste totalmente en lo que refiere a lo teórico, lo político y lo metodológico, a todas las justificaciones liberales y nacionalistas del sistema, así como a cualquiera de sus apéndice e interpretaciones religiosas o especulativas. Por otra parte, sólo se puede resucitar a la lógica interna del marxismo de Lenin combinando la teoría marxiana de las formaciones sociales con la práctica revolucionaria anticapitalista.
Sin embargo, según Krausz, hay otra razón subjetiva para rechazar el marxismo de Lenin por parte de expertos izquierdistas en la academia; y es que su pensamiento resiste en el plano filosófico la fragmentación o segmentación por disciplinas, como lo ha mostrado la experiencia durante muchas décadas. Pues todos los elementos que lo integran apuntan hacia la totalidad, al proceso indivisible. Siguiendo a Marx, Lenin derribó los muros que separan a la ciencia de la filosofía, y a la teoría de la práctica. A la obra teórica de Lenin no es posible separarla del movimiento para ir más allá del sistema capitalista. En este sentido su marxismo está unido indisolublemente a los trabajadores industriales en el siglo XX y su movimiento, aunque al mismo tiempo es una herramienta metodológica sorprendentemente hábil para aprehender procesos en el interior de diferentes marcos de referencia. Las conquistas filosóficas y económicas de Marx pueden seguir existiendo aparte de cualquier movimiento obrero revolucionario, pero no las de Lenin. Hasta 1917, todos sus argumentos teóricos y políticos tenían como objetivo al movimiento obrero y la revolución. Después de 1917, como el fundador de un estado soviético, en medio de las agudas contradicciones entre el mantenimiento del poder y los objetivos anunciados de la revolución, entre la táctica y la estrategia, Lenin tendió a vacilar, pues era cada vez más consciente de que los objetivos de la revolución tendrían que ser postergados para un futuro previsible.
Los orígenes del marxismo de Lenin
El marxismo de Lenin deriva de diferentes fuentes, afirma Krausz, y cada una representó en su momento una oportunidad para el cambio revolucionario de la sociedad. Ellas incluyen al iluminismo y el jacobinismo revolucionario franceses, y a la herencia de la burguesía revolucionaria, sin la cual no habría sido posible superar las sociedades tradicionales. También incluía a la Comuna de Paris. Entre las raíces rusas de Lenin, Krausz incluye a Chernyshevsky y a los rusos “occidentalistas” (Herzen, Bielinski, y otros), complementándose entre sí, como también los naródnikis revolucionarios, los pilares de la tradición jacobina rusa. Y desde luego, a la primera generación de marxistas rusos, principalmente Plejanov. También absorbió la ideología y la práctica de la organización del movimiento obrero moderno, proveniente de la socialdemocracia alemana.
En la práctica teórica de Lenin, la cuestión básica siempre está la relación entre la acción y la teoría, las transiciones, y la elaboración de los contactos entre ambos. Finalmente, las cuestiones que planteaba y las soluciones que propugnaba siempre incorporaban las objeciones o conclusiones de sus camaradas en el debate. En este sentido, los camaradas de Lenin en la II Internacional también pertenecieron a la serie de fuentes para su marxismo: además de Plejanov y Kautsky, Krausz también incluye a Bernstein y el joven Struve, Berdyaev con el socialismo ético de sus primeros años, Maslow y Trotsky, Bogdanov y Pannekoek, Bakunin y Sorel, Rosa Luxemburgo y Bujarin. También estaban las tendencias “izquierdistas”, con quienes tuvo que enfrentarse en el período siguiente a la revolución, que postulaban una revolución permanente en una época en que ya se había desarrollado la contrarrevolución. Lenin superó a estas tendencias, aunque con graves contradicciones. Para Krausz, sus respuestas a los interrogantes de estas tendencias reflejaban una reducción de alternativas, incluso en el contexto político particular de su cargo.
Aunque era un pensador independiente, Lenin no creó un sistema teórico independiente, un ismo en el seno del marxismo, aunque muchos pensadores modernos, sistematizándolo, hablan de leninismo. Lo que él hizo fue redescubrir, revitalizar y profundizar elementos de la tradición marxista que la socialdemocracia europea dominante estaba empeñada en enterrar. Ciertamente, comenta su biógrafo, refiriéndose a algunos intérpretes a la ligera, que los ha habido y los hay, su marxismo no era la teoría de un “partido conspirativo”, determinado por sus “fuentes rusas”
La cuestión de la organización
A su idea de un partido de vanguardia centralizado y clandestino, “el partido de los revolucionarios profesionales”, tiene algunas bases fácticas. La experiencia histórica de construir un partido clandestino fue importante para el marxismo de Lenin, y su “teoría del partido”. Pero para Krausz es importante recalcar su promoción de un contrapoder social, que dirigiera política y culturalmente a toda una red de organizaciones de la sociedad civil, el “partido obrero” (que nunca significó exclusivamente un partido de trabajadores “manuales”). En ese contexto, el partido se convertiría en una red, “la forma organizativa de la consciencia de clase proletaria” (afirmaba Lukács). Este partido sería el demiurgo de una amplia resistencia social, segmentada horizontalmente y verticalmente, cuya “fuerza motriz es el proletariado”. En la concepción y la práctica de Lenin, los cuadros de la “contra-sociedad” serían adiestrados por el partido revolucionario clandestino y centralizado. De este modo, en la teoría de Lenin el papel histórico del partido no era simplemente “importar desde el exterior la consciencia de clase en el proletariado” (así lo planteaba Kautsky, de quien Lenin “habría heredado” la idea), sino que el partido, como parte del “sector más revolucionario” de la clase social, se convierte en un actor independiente que busca la transformación consciente y revolucionaria de la sociedad. Lenin planteó la cuestión en abril de 1917, cuando afirmó que la existencia del partido se justificaba solamente mientras la clase de los asalariados no haya creado las condiciones económicas y políticas para su propia liquidación. No tenía ninguna teoría prefabricada de que el partido debía convertirse en la encarnación de los componentes faltantes del socialismo, ya sea en la organización, en la teoría, o en la sociología. Una causa y consecuencia del sistema de partido único que surgió eventualmente en la URSS fue que el propio partido tomó las funciones del proletariado. Pero incluso los partidos comunistas que comenzaron a existir en todas partes en Europa solo incluían a las capas más revolucionarias de la clase obrera. Él era consciente de que en esta situación la evolución del partido sería influida por la combinación del pragmatismo burocrático y el mesianismo revolucionario. La conciencia de clase proletaria fue cada vez más encarnada en el Partido Bolchevique Ruso como una especie de sustituto: la cuestión organizativa fue de este modo planteada al nivel de la cuestión general de la aplicación del poder estatal. Viendo esto desde el punto de vista de la década de 1930, para el investigador húngaro que estamos reseñando, con la derrota de la revolución europea la “estatización” del partido fue inevitable.
Lenin nunca explicó adecuadamente el fracaso del estallido revolucionario en la Europa Occidental. Krausz cita ampliamente al joven Lukács, analizando las causas de la sorprendente crisis ideológica del proletariado en su obra magistral, Historia y consciencia de clase, llegó a la conclusión de que el “menchevismo” y “economismo” de la clase obrera, o el énfasis en el papel de la aristocracia obrera y en su aburguesamiento, “no explica todo el problema”. Al reconocer los “límites de la espontaneidad revolucionaria”, Lukács afirmó que no era suficiente iluminar a las masas con propaganda que les confiriera una consciencia suficiente para superar el estancamiento. El partido debía dirigir al “conjunto del proletariado” mediante sus intereses inmediatos directos. De acuerdo a esta afirmación, “las experiencias de las luchas revolucionarias no han mostrado en modo alguno que la decisión revolucionaria y la voluntad de lucha del proletariado se articulen simplemente según la estratificación económica de sus sectores”.[4]
El tardío Lukács, polemizando 50 años más tarde con su yo temprano, descubrió los puntos débiles del análisis de Lenin respecto al partido y la consciencia de clase proletaria en su libro La ontología del ser social. Lukács ya no estaba buscando la resolución del problema básico en el “atraso ideológico del proletariado”. Ni la teoría mecanicista de la espontaneidad ni la comprensión superficial de la importación desde el exterior de la consciencia de clase podrían explicar “adecuadamente” la crisis en la consciencia anticapitalista del proletariado. En su crítica a Lenin, apartó su atención desde el aspecto ideológico hacia el aspecto económico, a los cambios en la naturaleza de la economía capitalista, y las consecuencias subjetivas de estos cambios: “Lenin, contrastando el concepto de Marx de una manera revolucionaria con la realidad del presente, exageró la importancia de revolucionar la ideología. Por consiguiente, no dirigió esta ideología específicamente sobre el objeto a ser revolucionado, a la economía capitalista”.[5]
Lenin no llegó a conocer los rasgos económicos de la “última” etapa del desarrollo capitalista, la transformación de los movimientos obreros en los “países desarrollados”. Por ello, el interés económico como una motivación social de los trabajadores no ocupaba al pensamiento de Lenin en los años siguientes a la revolución. Aunque su marxismo estudió muchos de los nuevos rasgos del capitalismo, como por ejemplo, en su análisis del sistema de Taylor, no le dio la debida importancia, según Lukács, al hecho de que “cuando el plusvalor relativo llegó a ser dominante, el modo de explotación de los trabajadores cambió.”
Lenin había roto con el carácter apologético de la “realpolitik”, pero luego fue el teórico de una nueva versión de la misma. El propio partido se convirtió en la organización que encarnaba este nuevo pragmatismo político, convirtiéndose finalmente en el partido-estado, cuyo objetivo ya no era más luchar por el poder de la clase obrera, sino preservar el poder de una elite aislada del resto de la sociedad.
El desarrollo desigual y la jerarquía del sistema mundial. ¿Todavía es posible la revolución?
Lenin comenzó con el análisis contemporáneo del capitalismo. Su punto de partida era que el desarrollo del capitalismo en el contexto ruso hacia fines del siglo XIX era una manifestación general y específica del capitalismo. Estudió las peculiaridades del capitalismo ruso con un abordaje científico a su historia, a partir de los conceptos teóricos y metodológicos de Marx. Tenía conciencia de las consecuencias de la coexistencia y las limitaciones de diversas formaciones sociales (y no solo en la historia rusa) y la influencia abrumadora por parte de la forma dominante: la capitalista. Ya antes de 1905, Lenin puso de manifiesto este particular desarrollo, concretamente, que Rusia se había insertado en el sistema mundial mediante un proceso que Tamás Krausz describe como una “integración semiperiférica”, por la cual las formas precapitalistas se preservan bajo el capitalismo y refuerzan la subordinación a los intereses capitalistas de Occidente. El capitalismo integró así formas precapitalistas en el interior de su funcionamiento. Lenin vinculó a la combinación de formas precapitalistas y capitalistas con el concepto del colonialismo interno bajo el régimen zarista. También definió la existencia de una relación centro-periferia en Rusia a la luz de este colonialismo interno. Estudiando las lecciones de la gran guerra, Lenin elaboró una teoría sobre la constitución jerárquica del sistema mundial capitalista, esbozando la denominada ley del desarrollo desigual del capitalismo en la era del imperialismo. En este contexto consideraba los acontecimientos en la esfera colonial como el subproducto y la manifestación de la competencia capitalista internacional y la acumulación del capital. Al mismo tiempo, había una alianza contradictoria entre la “resistencia proletaria” y las luchas por la independencia (o el desarrollo) nacional del capitalismo del tercer mundo, una lucha que se relacionaba con la lucha anti-régimen de la semiperiferia contra el centro (primordialmente en Rusia). Puso así de manifiesto la variedad de formas en las que existían las luchas nacionales por la independencia, sus diferentes composiciones sociales y de clase, y la posible relación histórica entre “la lucha de clases proletaria y las luchas nacionales antiimperialistas por la independencia”.
Su ruptura con una visión del mundo eurocéntrica en el verano de 1914 implicó una ruptura teórica, política y organizativa total con la socialdemocracia revisionista. Descubrió que el núcleo oficial de la socialdemocracia en Europa apoyaba a los gobiernos imperialistas de sus respectivos países. Lenin no solo esbozó las formas históricas del nacionalismo, sino también al nacionalismo en sus manipulaciones, su función cuasi religiosa en la política y la propaganda de las clases dominantes. El colapso de la socialdemocracia en 1914 hizo a Lenin plenamente consciente de que la II Internacional representaba primordialmente los intereses del estrato superior del proletariado “inclinado a la burguesía”: de que esa organización revisionista era la expresión política de quienes habían renunciado al concepto y a la praxis de la revolución universal y a la lucha de clases teorizadas por Marx.
Krausz afirma que aunque Lenin no escribió obras originales sobre sociología o filosofía, definió claramente los requisitos prácticos-organizativos y teóricos necesarios para derrocar al capitalismo. Pero no llegó a vislumbrar plenamente la configuración política, sociológica, psicológica y organizativa que surgió como consecuencia del desarrollo desigual del capitalismo global, que él mismo había descubierto. O sea, no dedujo cabalmente (o no pudo hacerlo en su época) las consecuencias de la contradicción que había surgido porque el “desarrollo desigual” y el “desarrollo igual” en el seno de una comunidad nacional o del sistema mundial no se correspondían; la naturaleza relativa de la contradicción entre ambos sólo se ha evidenciado en el presente.
Para el autor de este libro cuyo capítulo final estamos reseñando, la historia nunca puede ofrecer pruebas decisivas sobre cuestiones históricas. Y los acontecimientos posteriores a 1945, ciertamente, no validaron las expectativas de Lenin (ni tampoco de Marx). En lugar de que el capitalismo central madurara para la revolución socialista, las naciones centrales estabilizaron el capitalismo tomando la forma del estado de bienestar. Pero reconocer eso no significa excusar al papel histórico de la social democracia. Y agrega que, si en 1989 no se concretó el anunciado “fin de la historia”, no se necesita ser un profeta para prever que la necesidad de la salvación revolucionaria del mundo surgirá una y otra vez.
Método y filosofía de la revolución
La Gran Guerra inauguró una nueva era, que prometía cumplir las condiciones para la revolución. Lenin, inspirado en sus estudios hegelianos, aplicó en las tácticas revolucionarias una nueva concepción integral de la teoría, la política y la organización. Desde el comienzo de la guerra, su estrategia revolucionaria se basó en la premisa de que no podía haber compromisos con ninguna política a favor de la guerra o con las soluciones pacifistas a medias, pues la guerra engendraría una situación potencialmente revolucionaria en Rusia, y también en Europa. Se dirigió directamente a las masas, que rechazaban continuar la guerra, pues contaba con que las condiciones subjetivas evolucionarían hacia una situación revolucionaria. Rompió con los centristas y llamó a formar una nueva Internacional. Según este investigador húngaro, los autores que afirman que el marxismo de Lenin asumió una reinterpretación radical del subjetivismo, originada en su lectura de Hegel, tienen razón. Él tomó consciencia de las circunstancias históricas que despertaban la consciencia del individuo y de las masas. Comprendió que esto podría ofrecer una “fundación” de la política revolucionaria y que las relaciones de fuerza objetivas podían ser reconfiguradas, donde diez individuos podían bastar para confrontar a la guerra, porque en esas nuevas circunstancias, millones podrían unirse a ellos. Lenin ya lo sabía incluso cuando los reclutas marchaban al frente, cantando exultantes. A diferencia de las “filosofías de las masas” elitistas y especulativas y de los socialistas utópicos “proféticos”, Lenin, basado en sus estudios de Hegel y Marx, puso su énfasis en la teoría y en la práctica del cambio revolucionario. Fue en parte este desafío que motivó sus estudios y debates filosóficos, así como la idea de que el revisionismo de la socialdemocracia oficial se esforzaba por “salvar” al orden mundial colapsado, que con su empirismo o sus “mensajes” neokantianos procuraban adormecer a los trabajadores con la promesa de la pacificación del orden capitalista.
Según este “biógrafo intelectual” de Lenin, algunos “expertos”, que aunque a principios de siglo Lenin consideraba al revisionismo simplemente como una “aberración”, sugieren que el finalmente el “giro” bernsteiniano (la reconciliación entre el capitalismo y el movimiento obrero), ha sido validado a la luz de las décadas recientes. Pues en última instancia, afirman, “las reformas sociales, antes que la revolución social, hallaron su justificación”[6]. Por supuesto, esta apología del revisionismo no resiste el análisis, porque solo continúa reflejando la visión eurocéntrica de los principales países capitalistas. El sistema capitalista mundial no solucionó el hambre que afecta a cientos de millones, las crisis, las guerras, las dictaduras, el desempleo, por no mencionar la alienación cultural que afecta las vidas de muchos más millones. El marxismo de Lenin se dirige a la totalidad. O sea, a diferencia de su anterior materialismo contemplativo, él avanzó en la dirección de una “filosofía práctica dialéctica y activa”[7]. Para el autor de la Reconstrucción de Lenin, fue con la Gran Guerra, que había llegado el momento en que el proletariado mundial podía tomar su destino en sus propias manos. Al contrario de la socialdemocracia occidental y de la solución parcial que ella ofrecía desde principios de siglo, Lenin decidió considerar el todo. Restauró la conciencia teórica y metodológica hegeliana marxista, basada en la “totalidad”, en su legítimo lugar, incluyendo, antes que nada, al salto cualitativo del cambio revolucionario, la remoción dialéctica de la vieja civilización. De acuerdo con su objetivo básico, el marxismo de Lenin arribó a la teoría y práctica de la transformación social en el momento histórico en que demostró que era posible que ella emergiera a la superficie del orden mundial capitalista, al menos por un tiempo.
En la teoría social de Lenin, la historia ofrecía múltiples potencialidades. Por consiguiente el arte de la política revolucionaria consistía en el reconocimiento de un camino entre varias alternativas. Esto no significaba necesariamente “desde la perspectiva del proletariado” una elección de la acción revolucionaria más radical. El punto de partida solo podía ser lo que es específicamente posible. En el pensamiento de Lenin, opina Krausz, el prerrequisito para determinar lo que era y lo que no era posible residía en el análisis histórico, concreto, de las relaciones políticas y del respectivo poder de las clases, y de allí seleccionar la dirección del cambio y de la estrategia para asegurarse aliados perdurables para la clase obrera.
Sus tesis teóricas y políticas, basadas en hechos históricos y económicos, sostenían que la autocracia zarista sólo podía ser expulsada por la revolución. A esto se sumaba su reconocimiento de que la burguesía rusa no podría jugar ningún “papel dirigente”. Por ello, Lenin comprendía a la “revolución nacional” rusa o “revolución burguesa” como una empresa común de los trabajadores urbanos y los campesinos sin tierra. Eso fue lo que demostraron precisamente los eventos de 1905. Esto conducía naturalmente a las conocidas tesis de que “la revolución burguesa no puede ser separada por una muralla china de la revolución proletaria”. Con la globalización capitalista alcanzando un nivel superior en la época de la Gran Guerra, esta idea fue confirmada mundialmente cuando el movimiento de las masas descontentas de los obreros y campesinos armados, así como los movimientos de las nacionalidades oprimidas, cobraron ímpetu y abrieron la posibilidad de otra revolución, a saber, la revolución de los obreros, soldados, y campesinos, basada en la reforma agraria y en salir de la guerra. Aunque él la llamaba una “revolución proletaria”, estaba consciente de que en Rusia era imposible una revolución puramente proletaria. Sus conocidos debates con Trotsky reflejan cuán compleja era la verdadera relación de la política y la teoría.
Krausz también opina que Lenin tuvo que modificar la idea, heredada de Marx, respecto a la revolución mundial y la ley del desarrollo desigual: “el eslabón débil en la cadena del imperialismo”. Afirmó que la revolución mundial, en tanto que un proceso histórico a largo plazo, de hecho podía comenzar en Rusia. Y así, la revolución rusa podría muy bien convertirse en la chispa de la revolución mundial. Él sabía que esta era una posibilidad histórica, y que nada podría ser peor que la propia guerra (aún si la civilización capitalista no estuviera cercana a su fin). De estos hechos, extrajo sus conclusiones políticas. Otros líderes del marxismo europeo, como Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, coincidían con él.
Las dificultades analíticas reales surgieron a partir de 1917, pues la historia tomó un curso diferente que el que había sido presumido por el marxismo (e incluso Lenin) hasta ese momento. En su teoría, la revolución política era formulada como una parte de la revolución social, reflejando la universalidad y profundidad de toda la transformación revolucionaria, pero el desarrollo tangencial de la historia alimentaba graves contradicciones.
O sea, la revolución rusa llegó bajo las limitaciones históricas mundiales bien conocidas, sobre cuya base Lenin llegó a la conclusión de que la misión histórica de esa revolución “semi-periférica” era establecer localmente las precondiciones cultural-civilizatorias y económico-psicológicas del socialismo, hasta que los acontecimientos mundiales liberaran a la historia rusa de las cadenas de las convenciones arraigadas durante mil años, para integrarse en una nueva civilización socialista europea. Se conservan numerosos comentarios y análisis de Lenin posteriores a 1917 que trataban esta cuestión, incluyendo en particular su último texto. Las limitaciones históricas –bastante acordes con la dialéctica histórica, por otro lado- solamente permitían una propuesta distorsionada y unilateral del socialismo como práctica. En lugar de realizar una sociedad comunal, el camino del socialismo auténtico condujo a un sistema burocrático con la comunidad gobernada por el estado.
Ya desde el comienzo, el problema de la revolución estuvo vinculado a la cuestión de cómo se relacionaban en su teoría el estado y la sociedad. Sus ideas de la “contra-publicidad”, el “contra-poder” (la prensa socialdemócrata, los clubes de debates, los círculos de autoformación, el partido de los proletarios) y una red de auto-organizaciones sociales (soviets, sindicatos y otras estructuras sociales para protección de intereses) pronto fueron enterradas bajo las exigencias de poder del sistema que él mismo había ayudado a crear, y finalmente el sistema de partido único. En principio, la revolución abrió el camino para un sistema basado en la autoorganización en la sociedad de conjunto. Un orden social autogobernado, construido desde abajo, podría haber aparecido en esa sociedad, y de ese modo impediría que se estableciera un sistema institucional burocrático separado de la misma[8]. La viabilidad de esa “causa histórica” presuponía el apoyo de una revolución internacional.
El biógrafo húngaro reflexiona finalmente que en lo que concernía a la revolución rusa, la historia confirmó al marxismo de Lenin en un alto grado, pero no confirmó sus ideas y aspiraciones para los acontecimientos posteriores a la revolución. Uno de los elementos esenciales de su concepción política previa a 1917, la cuestión de la democracia, fijó las etapas de la transición en el camino a la revolución. No sólo respaldó su crítica de la democracia burguesa con las dimensiones económicas y sociales de la democracia, demostrando las funciones opresivas del sistema burgués en consonancia con su crítica del capitalismo, sino que también esbozó una serie de estipulaciones políticas-organizativas: la democracia burguesa a su vez se convertiría en una democracia plebeya y luego en una democracia obrera (un semi-estado), lo que presuponía una transformación en el interior de la clase dominante durante el cambio socio-económico en su totalidad.
Sin fuerzas sociales que apoyen un auge, la democracia obrera, que es en la teoría y la práctica una dictadura, es decir, la dictadura del proletariado, contra los defensores del antiguo sistema, pronto descendió a la “dictadura del partido”, un concepto que pasó a prevalecer en la obra teórica de Lenin. La respuesta a esa situación, que Lenin legó en el interior de su propia lectura del marxismo, y esbozó teóricamente, fue que no solo el socialismo no podría ser introducido, sino que se necesitarían numerosas etapas de transición: “transiciones dentro de las transiciones”. Sin embargo, teóricamente y políticamente, las dimensiones de la superación de la “dictadura del partido” disminuyeron y se complicaron, y finalmente naufragaron en forma irreversible bajo las exigencias de la auto preservación del régimen.
La perspectiva socialista: la contradicción irresuelta
Debido a los límites impuestos por las circunstancias históricas y a su propia muerte, Lenin solo pudo ofrecer una respuesta marxista limitada a la cuestión de tener que recurrir a una dictadura aún contra su propia base social para preservar el poder soviético. Por un lado, trató de compensar a la opresión política proclamando, en oposición al poder estatal cada vez más fuerte, que “la clase obrera debe defenderse contra su propio estado”. Aunque no explicó como podría hacerlo con el apoyo de ese mismo estado. O sea, los trabajadores debían enfrentar al estado, pero al mismo tiempo, defender al estado y a todas sus instituciones. No había una solución dialéctica para esa contradicción. Más aún, había otra contradicción sin resolverse: se reservaba para el partido y el estado la capacidad para la compulsión extra-económica, que era proporcional a la falta de condiciones para realizar el socialismo. Incluso Pedro el Grande tuvo que recurrir “a métodos bárbaros para barrer las condiciones bárbaras”. Las anteriores teorías y prácticas de la autodefensa social en sus ideas no solo se debilitaron, sino que fueron finalmente desplazadas en forma completa por el viraje estalinista, que con posterioridad contribuyó obviamente a la caída del socialismo de estado.
En el pensamiento de Lenin pesaron el callejón sin salida del comunismo de guerra, la supresión de la ideología en las medidas militares que acompañaban a un tipo específico de socialismo de estado, y la conciencia de que el cambio de formas sociales sólo podría ser llevado a cabo parcialmente. La NEP implicó el reconocimiento de que no se podían establecer ni la democracia obrera directa ni la economía cooperativa creada con autonomía social. Él identificó a esta etapa como la de “transiciones dentro de las transiciones”, como un “capitalismo de estado” supervisado por el estado soviético. A diferencia de la mayoría de los bolcheviques, Lenin en ese momento hizo hincapié en que la nueva sociedad no podría ser introducida por medios políticos, por un asalto revolucionario. El creciente desarrollo o las reformas no podían ser confundidos con el salto revolucionario, si se tienen en cuenta los límites humanos y subjetivos del desarrollo y la importancia del progreso paso a paso. Pero jamás se convirtió en un bernsteiniano, como han sugerido algunos autores. Jamás disolvió la herencia marxista en partes metodológicas y científicas. Al contrario del pensamiento anarquista y el dogmático, que tratan a la totalidad como un absoluto y enfatizan la universalidad de la gradualidad, la segmentación, las tareas parciales, y contra el particularismo del revisionismo (y del liberalismo), Lenin hizo hincapié en un abordaje totalizador sobre la totalidad de los objetivos del socialismo.
Su descubrimiento clave luego de la revolución fue precisamente que Rusia tenía que asimilar las conquistas básicas de la tecnología occidental y la civilización cultural al mismo tiempo que intentaba crear una nueva economía mixta. En esas circunstancias, impulsó al estado soviético a respaldar a los sectores competentes de la comunidad social como “islas socialistas”. Era indispensable que esta “modernización” promoviera al estado y a los sectores de la comunidad social, pues el mercado libre y la dominación irrestricta del capital oprimen a la humanidad. La autonomía del individuo como el principal elemento para desarrollar la sociedad no figuraba en el legado de Lenin, que insistía en otros elementos del desarrollo. En otras palabras, la tarea del marxismo de Lenin no consistía en asumir el mismo papel que jugó el liberalismo europeo occidental en el siglo XIX, sino en combinar los sectores económico, cultural y otros sectores que se apoyaban mutuamente. Pero las circunstancias históricas objetivas generaron una contradicción irreconciliable entre una filosofía política empeñada en preservar el poder y la teoría social-económica (la teoría comunista). Este concepto del socialismo teórico, originalmente abordado en El estado y la revolución, activó ciertas ideas, casi olvidadas, de Marx: el socialismo era el resultado de un prolongado proceso histórico, la primera fase del comunismo. Inauguró una evolución posiblemente universal hacia un futuro de la “comunidad de productores asociados”, la libertad mundial de la humanidad civilizada.
En la obra de su vida, el marxismo, en tanto que una teoría y una praxis política, está directamente relacionado con el proyecto de ir más allá del capitalismo. Krausz afirma que para Lenin, el marxismo no era una especie de disciplina abstracta valiosa por sí misma. Ciertamente, no era una especie de filosofar abstracto sobre el significado de la vida, pues La ciencia y la filosofía son simplemente herramientas para lograr la emancipación humana. Por consiguiente, el punto de partida para el marxismo de Lenin es el esbozo correcto de su experiencia histórica. En el centro de su pensamiento y de todas sus actividades siempre hallaremos la investigación de las oportunidades para la revolución proletaria en Rusia y en el resto del mundo y su potencial intrínseco para su realización en la práctica.
La forma histórica específica de la trayectoria revolucionaria de Lenin, que examina el autor húngaro -partiendo de su meta final de la igualdad social, o sea, el fin de las clases sociales y el logro de la libertad- quedó atrapada en las circunstancias históricas y las limitaciones humanas. Sin embargo, la metodología de la transformación de la comunidad mundial sobrevivió al fracaso del experimento práctico. Esta es la contradicción en que viven hoy en día las tendencias marxistas modernas. Todavía se están sacando las conclusiones. El triunfo actual del revisionismo ha revivido la hipótesis ideológica que había sido refutada por la historia ensangrentada del siglo XX, la hipótesis de que el capitalismo podría transformarse en un sistema mundial civilizado, y tener un “rostro humano”. El principal descubrimiento del revisionismo era que el capitalismo podía ser civilizado y podía adoptar la civilización en el “centro” del sistema capitalista. Lo que Lenin comprendió fue el significado del sistema en sí, a saber, que si bien podía mejorarse en cierto modo (y Krausz afirma que debemos esforzarnos para lograr esas mejoras tanto a nivel local como internacional), esto solo podría lograrse a expensas del bienestar de las poblaciones periféricas. De este modo, para mejorar en forma genuina al sistema para todos, es necesario superarlo. Hoy en día, la cuestión es: ¿puede conquistarse la civilización capitalista mediante la emancipación social?
Todo intento de responder esta pregunta no puede pasar por alto los aportes teóricos y políticos de Lenin. Su adversario político, Nikolai Ustrialov, en un texto que dedicó a él, vio los logros del líder bolchevique desde el punto de vista de la “grandeza de la nación rusa”, y opinó que Lenin estaba profundamente enraizado en la historia rusa, que evidentemente su lugar hallaba entre los grandes héroes nacionales rusos”, encarnando a Pedro el Grande y Napoleón, Mirabeau y Danton, Pugachev y Robespierre, todos al mismo tiempo.
Tamás Krausz finaliza sus reflexiones citando a Slavoj Žižek, que ha resumido el problema con una posición marxiana: “Repetir a Lenin no significa que vamos repetir lo que él logró, sino más bien lo que no pudo lograr”. Hasta Václav Havel admite, como señala Žižek, que la democracia burguesa ha agotado sus recursos y es incapaz de resolver los problemas básicos del mundo, “pero si un leninista afirma esto, es inmediatamente acusado de totalitarismo.” Para el autor de Reconstruir a Lenin, “la actualidad de Lenin reside en el hecho de que él transformó sus propias experiencias históricas en una serie de conceptos teóricos que han socavado y destruido todo lo que podría justificar a la sociedad burguesa y, a pesar de las contradicciones que impliquen, él ofrece herramientas para todos los que aún pensamos que otro mundo, más humano, es posible”
Mayo de 2020.
Francisco Sobrino es integrante del consejo de redacción de Herramienta
[1] Lenin buscó la salida de cuatro de esos colapsos: 1) el colapso de la Rusia tradicional y el ascenso del capitalismo ruso hacia fines del siglo; 2) la guerra ruso-japonesa y la revolución de 1905; 3) la Gran Guerra; 4) las revoluciones del año 1917, el colapso de la autocracia, y la destrucción provocada por la guerra civil.
[2] Sobre esta cuestión puede hallarse una rica plétora de ideas y argumentos desde la perspectiva de la nueva era en Savas Michael-Matsas, “Lenin y el camino de la dialéctica” en Lenin recargado, 101-19; y Stathis Kouvelakis, “Lenin como lector de Hegel: hipótesis para una lectura de los Cuadernos de Lenin sobre La ciencia de la lógica de Hegel”, 164-204.
[3] Para el autor, la vigencia de las ideas de Lenin en el siglo XX, en la crítica izquierdista al régimen, no es una cuestión individual. Es un fenómeno internacional, que incluye a un grupo de teóricos renombrados, cuyas obras se reunieron bajo el apropiado título de Lenin recargado, ed. Sebastian Budgen, Stathis Douvelakis, Slavoj Žižek , y David Fernbach (Durham, NC: Duke University Press, 2007).
[4] G. Lukács, Historia y consciencia de clase, (México DF. Grijalbo, 1969) p.318.
[5] G. Lukács, La ontología del ser social.
[6] Tamás Krausz comenta, en una nota al pie, que “luego del colapso de la Unión Soviética, sucede una vez más que la metodología hegeliana domina gran parte del pensamiento marxista-leninista -frecuentemente desengañado en estos días- y los historiadores se convierten al bernsteinianismo y el revisionismo. Una vez más esto ofrece una coexistencia hegeliana con la realidad, solo que en la actualidad viene en la forma de la ‘validación del revisionismo’.”
[7] Para Krausz, la contribución más reciente de un viejo representante de este descubrimiento, es la de Kevin B. Anderson, “The Rediscovery and Persistence of the Dialectics in Philosophy and in World Politics”, en Lenin Reloaded, p. 120-147. Y piensa que quizás fue Henri Lefebvre quien lo descubrió, en su ensayo “La pensée de Lénine” publicado en 1957 y reimpreso en Lenin Reloaded, p. 138. Pero también hubo bolcheviques que ya debatían sobre el significado de la dialéctica en la obra de Lenin, no mucho después de su muerte. La idea de que la lectura de Hegel por Lenin en 1914 revelaba una ruptura epistemológica o ideológica, fue discutida, aunque en el sentido opuesto, por autores tan conocidos (a fines de la década de 1960) como Roger Garaudy, Lenin (Paris: PUF, 1968) y L. Coletti, Il Marxismo e Hegel (Bari: Laterza, 1976). Ver, desde el mismo período, Marcel Liebman, Leninism under Lenin. Y en las décadas de 1980 y 1990, Ver Kevin Anderson, en su Lenin, Hegel and Western Marxism: Critical Studies, (Urbana: University of Illinois Press, 1995), así como a Leninism, de Neil Harding. Hubo un interesante debate sobre el libro “hegeliano” de Anderson a mediados de los noventa, sobre la obra de Raya Dunayevskaya. Y Krausz también menciona que en Hungría la obra de István Hermann y György Szabó András también hizo importantes contribuciones.
[8] Esta idea había sido abordada en El estado y la revolución, en su introducción teórica, cuando Lenin activa ciertas ideas, casi olvidadas, de Marx: el socialismo era el resultado de un prolongado proceso histórico, como la primera fase del comunismo, que funciona como la posiblemente evolución universal hacia el futuro, como la “comunidad de productores asociados”; como la libertad mundial de la humanidad civilizada.