23/11/2024

Cordobazo: mujeres en las calles, codo a codo o a “los codazos”

Por Revista Herramienta

Si nos propusiéramos repensar el pasado reciente de nuestra historia, casi de forma segura nos encontraremos con una gran diferencia en la condición de varones y mujeres. Esta no sólo nos muestra una diferencia sustantiva, sino esencialmente evidencia un elemento clave: la desigualdad estructural sexuada, ya que toda vez han sido los varones los grandes protagonistas de la vida pública y los ocupantes principales en los espacios de poder que la sociedad requería. Simone de Beauvoir en una de sus obras más notables: El segundo sexo, relataba que la inferioridad femenina era clara consecuencia de un prolongado  desarrollo histórico del patriarcado y determinaciones naturales. Es posible, entonces, vislumbrar que la ausencia en materia de producción historiográfica llevada a cabo por mujeres, así como la mención de las mismas en los ríos de tinta que se han utilizado para analizar la historia de la última mitad del siglo XX en la Argentina, no fue azarosa sino consecuencia directa del lugar secundario que los historiadores nos dieron.

Pensemos que este rol (del historiador) estuvo reservado a los varones y por lo tanto el saber histórico quedó constituido en torno a las subjetividades masculinas. No es llamativo entonces que tanto nuestra intervención como las impresiones posteriores sobre los hechos históricos no contengan participaciones femeninas. Resulta imposible no admitir que existió (¿y aún existe?) un sesgo sexista en los análisis efectuados por la historia oficial. Es ineludible entonces, pensar y analizar cuáles son las matrices de pensamiento que aún hoy nos permiten aceptar de muy buen modo que la construcción de relato histórico dejó para las mujeres un mero papel secundario, desconociendo los aportes y la valiosa participación que las mismas han tenido en el desarrollo de hechos políticos, sociales y culturales a través del tiempo. Generalmente se nos  presenta a algunas protagonistas de hecho trascendentes como las “mujeres de” o como casos excepcionales.

El objetivo de este artículo-entrevista es poder realizar un aporte modesto para comprender que los hechos históricos y la participación en los mismos de hombres y mujeres siempre estuvieron supeditados al relato patriarcal de la historia, impulsadas para indagar profundamente sobre las luchas y los significados de diversas conquistas y participaciones que fuimos constituyendo en las últimas décadas. Desde la revolución cubana nuestras sociedades fueron atravesadas por vientos de liberación que no sólo incluirán las luchas de la clase obrera, de los/las oprimidos/as y explotados/as, sino que esos vientos de libertad, se animaron a cuestionar qué rol cumplían las mujeres en la sociedad.

En el escenario del Cordobazo, las mujeres formaban parte de los sindicatos, de las organizaciones estudiantiles y los partidos políticos; conformaban comisiones y secretarías, manteniendo un rol activo en todos esos espacios. Si bien hay evidencias de la participación política activa de las mujeres en los distintos momentos de la lucha, es llamativo como aún hoy, a 50 años de aquel hecho político que resultó ser la punta de lanza de un proceso de agudización de la lucha de clases y que dio paso al fortalecimiento de partidos políticos y organizaciones armadas que intentarían subvertir el orden existente, siga siendo difícil, rastrear de qué manera las mujeres llevaban adelante tareas políticas y sindicales.

A través de la voz de tres protagonistas de esa gesta fundacional de la unidad de la clase obrera y el movimiento estudiantil en la lucha, buscamos aportar en la construcción de una nueva historiografía que reconozca la constante participación de las mujeres en las luchas de clases de nuestro país.

Susy Carranza (1947), obrera y militante política: “Éramos feministas silvestres”

Cuando comienza nuestra conversación rápidamente ella me aclara que el hecho de haber decidido ingresar a trabajar en una fábrica en 1968 la marcó para toda la vida, al mostrarle por primera vez que existían las diferencias de clase, y que al mismo tiempo eso le valió el orgullo posterior de considerarse parte de la clase obrera, comprendiendo de esta manera que en esa relación entre obreras y patrones no sólo existía una profunda diferencia económica y simbólica, sino que también iba a estar presente la diferencia por el simple hecho de ser mujeres, ya que los salarios de ellas eran miserables comparados con los de los trabajadores. La fábrica en la que se inicia como trabajadora era Cindalux, en el barrio San Carlos de Córdoba y que era propiedad de un señor cuyo apellido era Kitrocer. Susy se encarga de aclarar que su ideario de lo que significaba ser una obrera fabril estaba muy lejos de la realidad, ya que al iniciar la tarea comienza a corroborar que las condiciones eran pésimas, muy degradantes, los turnos eran rotativos y las condiciones paupérrimas. Las mujeres que trabajaban en Cindalux eran aproximadamente 100 obreras, de las cuales la gran mayoría sólo contaba con el primario hecho, y en la parte administrativa sólo eran dos las que formaban parte y un tercer integrante varón, posteriormente asesinado en la masacre de Trelew.

Cindalux, al igual que muchas otras fábricas, era una autopartista dedicada a fabricar lámparas que luego irían en los faroles de los automóviles. Había máquinas encargadas de  armar los bulbos que posteriormente se cocinaban en un horno que estaba a 800 grados de temperatura, y todas las trabajadoras tenían que pasar por ese puesto en algún momento. El trabajo cotidiano lo realizaban sentadas frente a ese horno y la ubicación de la boca del mismo terminaba dándoles de lleno en la pelvis a todas, lo que hacía que durante los días del mes en que menstruaban tuvieran  grandes hemorragias, ya que no eran provistas de trajes protectores corporales, sólo se les entregaba un trapo como protección y guantes comunes de tela, cuando en realidad para dicha tarea debían de ser de amianto. Otra de las características de las condiciones se podía ver en la extracción de los bulbos del horno, ya que debían realizarse de forma manual y esta tarea se hacía con unas cucharas que generaban quemaduras constantes en los dedos porque cuando se caían al piso se recogían con las manos. Si bien en esta fábrica existían trabajadores varones, solo se encargaban del mantenimiento, ya que la tarea específica era un trabajo de precisión que requería de cierta suavidad y de un trato delicado con las piezas que eran lámparas de vidrio muy pequeñas, por esta razón es que las operarias eran todas mujeres, como ya se ha dicho.

Si bien este tipo de fábricas eran autopartistas de la industria automotriz, no pertenecían al SMATA sino al sindicato del Vidrio, y éste no veía con buena venia “ceder” semejante volumen de trabajadoras a uno de los mayores sindicatos de la provincia de Córdoba.

“El sindicato del Vidrio tenía una dirigencia burocrática que nos entregaba sin reparos y esto hacía que ninguna de las trabajadoras quisiera participar de las reuniones del mismo, de hecho cuando concurrían a la fábrica tenían trato directo con su propietario y no con las trabajadoras, sólo se encargaban de ʻinformarʼ cuáles habían sido las mejoras obtenidas. Mientras ellos se ʻencargaronʼ de entablar negociaciones para la mejora de nuestras condiciones, nunca obtuvimos ninguna, fue recién cuando nosotras comenzamos a luchar y organizarnos que estas llegaron. Cansadas de quemarnos, de sufrir dolores indescriptibles por las hemorragias de cada mes y enfermedades de todo tipo, jornadas asfixiantes bajo los techos de zinc, que llegaban a levantar 50 grados, decidimos emprender la lucha. Tras una de las tantas crisis de nuestro país el dueño de la fábrica Kitrocer hace un acuerdo con Osram, fábrica alemana, y de esta manera comienza un proceso de expansión, pasamos a ser 300 trabajadoras con dos o tres varones que eran estudiantes universitarios y manejaban las primeras computadoras. Si bien éramos 300 nuestros jefes eran hombres, que utilizaban su lugar de privilegio para abusar de su poder, ya que si alguna trabajadora les gustaba las colocaban en la mejor máquina de pie y enfrente estábamos ubicadas el resto pero sentadas. Cuando la temperatura subía y debíamos abrirnos los guardapolvos, ellos se paraban a mirarnos el traste y cuando pasaban por detrás si podían te tocaban. Así en una oportunidad, hartas de las vejaciones y los abusos y la falta de respeto, decidimos encerrar a uno de ellos dentro de un baño a modo de venganza. Como ya se dijo, nuestros salarios eran muy bajos comparados con los de los obreros del SMATA o de la EPEC. Hacia finales de los 60 ingresaron en la fábrica compañeras que venían de la universidad; eran estudiantes que traían otra forma de hablar, otra vestimenta, otra mirada del mundo, muy distinta a la de las obreras que eran todas compañeras de los barrios de las zonas cercanas. Y son ellas, las recién llegadas, las que comienzan a mostrarnos que cada vez estábamos peor, que pasábamos la jornada laboral quejándonos, pero no hacíamos nada para revertir esa situación. Fue ahí, cuando comenzamos a hablar entre nosotras que nos dimos cuenta que debíamos dejar de comer tiradas en el suelo de los baños, y muy de a poco, entre todas, comenzamos a animarnos a hablar más. La mayoría de las compañeras no tenían idea de la época en la que nos encontrábamos, ni quién nos gobernaba, sólo estas compañeras recién llegadas, las universitarias –Juanita, Blanca y Silvia– que comienzan a abrirnos la cabeza desde lo sindical. Tiempo después me enteré que eran compañeras que provenían de Política Obrera –que más tarde fue el Partido Obrero–; yo comencé a hacerme amiga de ellas, que tenían otra forma de ver el mundo, de vivir, eso generaba fascinación, porque muchas compañeras nunca habían ido al cine, y sólo bajaban a la ciudad una vez al mes cuando cobraban”.

“Venía de una familia de padres radicales y abuelos peronistas, no tenía idea de la revolución cubana, creía que los rusos se comían crudos a los chicos por ejemplo. En mí, hubo un antes y un después con mi ingreso a la fábrica, que coincidió con que me había dejado mi novio, con quien yo creía que iba a casarme y a tener hijitos. Comencé a verme con otro chico, con el que empecé a charlar de otras cosas –muy lejos de la escuela de monjas a la que había ido, porque si bien provengo de familia trabajadora soy hija única y fui criada dentro de una caja de cristal para muchas cosas–. Se llamaba Juan Carlos y militaba en las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL). Eso definitivamente me cambió la vida, soy muy feliz de haberlo vivido de ese modo, porque estoy convencida que no hay vida mejor que la de ser militante”.

“Con esas compañeras nuevas nos encontrábamos y nos juntábamos en un galpón que pintaba como posible comedor, y ahí comenzamos a darnos cuenta que nuestros problemas eran los mismos que los de los obreros de Transax. Entonces decidimos conformar la Interfabril San Carlos, donde estaban los compañeros de Corcemar también. Si bien participábamos de las reuniones con compañeros de Sitrac-Sitram, éramos ʻlas pibas de LESA’, y teníamos que escribirle a los compañeros lo que queríamos decir porque estábamos totalmente invisibilizadas y era ʻa los codazos’ que nos habríamos paso las mujeres. Nosotras nos sentíamos orgullosas de nuestros compañeros, aunque ya en ese momento nos dábamos cuenta que existían diferencias, porque ellos no tenían inconvenientes en irse de reunión en reunión, de volver tarde a sus casas, aun los que estaban casados. Esto nos hizo dar cuenta que las mujeres teníamos una palabra, y esta tenía valor”.

“Si bien desde febrero de 1969 veníamos con asambleas y con reuniones en el Córdoba Sport, con el llamado al paro del 30 de mayo de 1969 las cosas se profundizaron. El 29, a mí me tocaba trabajar en el turno de la tarde, pero fui a la mañana a buscar a mis compañeras y marchamos en grupo directo al centro. Cuando pasamos por Plaza España comienza a dispersarnos la policía y yo me quedo corriendo junto al compañero Domínguez, de Transax, con el que me quede todo el día. En un momento, cuando comenzó a correr la voz de que había muerto Mena seguimos armando más y más barricadas con lo que la gente nos tiraba. No sé si tuve miedo en ese momento, si sabía que no debía quedarme sola y estar siempre con alguien. Intentamos llegar a SMATA y no pudimos y menos a EPEC. Así todo el día. Cuando anocheció íbamos por Cañada hacia Güemes –a esa hora ya había entrado el ejército–, entonces con mi compañero del Cordobazo cruzamos la calle por el Hospital Militar haciéndonos pasar por novios, para despistar. Yo siempre digo que en esa época éramos feministas silvestres: trabajábamos ocho horas en la fábrica, seguíamos estudiando –varias para terminar el secundario–, hacíamos las cosas de la casa, teníamos hijos y algunas hasta bancábamos a los maridos estudiantes. Las obreras de esa época nos llenábamos las manos de quemaduras, sabañones, así éramos”.

“Inmediatamente después del Cordobazo la fábrica se militarizó, no te dejaban levantar ni para ir al baño. Controlaban hasta el último movimiento, ni siquiera podíamos hablar entre nosotras. Eso hizo que las compañeras nos organizáramos más. A mí me despiden en 1971 por activista militante, después de firmar un petitorio. Afuera de la fábrica seguían viniendo las chicas de Vanguardia Obrera del Vidrio que armaron la Lista Rosa, la única combativa que tuvo el sindicato del Vidrio en toda su historia. Puedo decir que el Cordobazo me cambió, porque comencé a luchar y mi vida cambio. El Cordobazo marcó un antes y un después dentro de la fábrica. Conseguimos el comedor, que nos pagaran la mitad de la comida. Todo eso fue posterior al Cordobazo. Después del Cordobazo vino el Vivorazo y el Navarrazo, uno atrás el otro. Yo seguía militando, ya estando fuera de la fábrica, vinculada a lo sindical en el Sitrac-Sitram. El punto de reunión era en la sede de San José de Calasanz esquina Avenida San Juan. Iba a la Fiat Concord, a reunirme con los de Sitrac, y estaban todos los compañeros de la comisión directiva: Carlos Masera, Clavero, etc. Mi tarea consistía en repartir volantes, llevábamos la prensa, charlábamos con los compañeros de Sitrac, que eran sumamente democráticos. Un compañero entrañable y amigo fue el Petiso Páez, recuerdo íbamos a buscarlo a su casa con otros compañeros y muchas veces tocábamos el timbre y era su esposa la que nos abría la puerta, y estaba siempre dedicada a la casa y los hijos, y nosotras no charlábamos con ella, solo buscábamos hablar con su marido que era el ʻdirigente sindical’. Hoy a la distancia y con el paso del tiempo puedo ver que no terminábamos de verla como compañera porque estaba ʻdentro de su casa’”.

           

“Cuando me casé, en 1974, nos fuimos a vivir a Jujuy porque mi marido se había recibido de abogado y en Córdoba no teníamos trabajo. Yo había dejado de militar en Política Obrera, porque me ʻtabican’ –como decían en esa época– ya que mi marido había sido muy cercano de las FAL, así que en ese momento decidí que me iba. Estando ya en Jujuy mi marido me invita a un acto del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) al que venían el Petiso Páez y Nora Ciapponi. Yo ya los había votado, fuimos y conversamos. Después de la charla, Juan Llanos nos presenta con Nora y le cuento que yo no estaba acostumbrada a no militar y que tenía ganas de hacerlo de nuevo. Ella me dijo que me pasaba el periódico para que lo leyéramos y ahí le pido cinco más; empecé ahí mismo a militar en el PST. Ahí de nuevo comencé a ser yo, porque no nací para estar encerrada lavando platos. Con el tiempo fui responsable de los presos políticos de Jujuy en 1975. Con la dictadura y después del asesinato de Marina Vilte, dirigenta sindical de los docentes de Jujuy, a nosotros empezaron a perseguir y a ponernos vigilancia, así que primero nos fuimos a Villazón y terminamos yéndonos a Bolivia, pero volvimos a Jujuy. En 1982 volví a Córdoba y empecé a buscar locales del PST. El partido se convierte en el Movimiento al Socialismo (MAS), del que fui candidata a concejal. Después terminé mis estudios de enfermería en la Cruz Roja y entré a trabajar como enfermera en un hospital privado, una vez más fui delegada sindical de la Sanidad. Volví a luchar contra la burocracia sindical, igual que lo había hecho contra los burócratas del Vidrio. Yo creo que nunca en la vida voy a dejar de militar de alguna u otra manera. Siempre desde las bases. Y creo que tuve la mejor vida, ser marxista y nunca dejar de serlo”.

Soledad García Quiroga (1942), docente:

“Las mujeres estuvimos en la calle y tuvimos protagonismo”

AS: Me dijiste que naciste en Entre Ríos, en Villa White. ¿Viniste a Córdoba a estudiar o a trabajar?

SGQ: En 1961 vine porque empezaba la facultad y también tenía que trabajar, mi familia no podía sostenernos para que sólo estudiáramos.

AS: ¿Cómo era Córdoba en esa época?

Era una Córdoba ya industrializada, con una clase obrera bien paga, había mucha inquietud intelectual, ya sea teatro, cine, facultades etc., y la facultad era de los laburantes. Era una Córdoba cambiante, en ascenso.

AS: ¿De qué te recibiste?

SGQ: Licenciada en Letras Modernas. Antes de estudiar trabajaba como lectora para un hombre ciego en una biblioteca.

AS: ¿Cómo entraste a la actividad sindical y en qué sindicato?

SGQ: Al principio en la facultad, por mis hermanos, era peronista, pero sólo discutía y debatía con gente de la facultad. Después, cuando me recibí, empecé a trabajar como suplente y como el sindicato docente era muy conservador elegí un grupo que se llamaba Frente Renovador Docente. Después me eligieron como delegada de la escuela en el año 67. Soy fundadora del Congreso de Trabajadores Argentinos, que fue como el origen de la CTA.

La participación de las mujeres en el sindicato fue muy importante. Se cuestionaba mucho por qué la mayoría de los dirigentes eran hombres y pese a esto no había participación plena de las mujeres en la toma de decisiones, por ejemplo. En algunas compañeras había dependencia de los dirigentes, otras tratábamos de tener autonomía pero no era fácil. El Sindicato de Luz y Fuerza era uno de los más machistas. Las mujeres en ese sindicato sólo ocupaban lugares administrativos. Queríamos también erradicar el machismo en las mujeres, ya sea en el profesorado, en los talleres o en las fábricas. Las mujeres tenían un rol fundamental en las condiciones de trabajo.

AS: ¿Cómo arrancan esas semanas o esos días previos al Cordobazo?

SGQ: Ya 15 días antes había una movida muy grande, apoyada por la CGT. Eran días muy significativos. Lo que “incendió” todo fue enterarnos de las muertes que hubo. El 69 para mí fue un año fuerte en varios sentidos, ya sea político, sindical, afectivo, fue el año que conocí a mi compañero, Eduardo Requena.

AS: ¿Crees que el Cordobazo fue un hecho aislado o producto de luchas que se venían tejiendo?

SGQ: No fue un hecho aislado por el corolario del 68, las ideas del Mayo Francés, todo lo que era el mundo de la revolución, una serie de categorías que nos hacían cuestionarnos todo. Se podría decir que el Cordobazo lo hicieron los laburantes que ganaban más… era una cuestión de conciencia, de nivel cultural, intelectual, de participación entre obreros, estudiantes, intelectuales.

AS: ¿Cómo  recordás que era la participación de las mujeres en los ámbitos sindicales?

SGQ: La participación era interesante, muy alta en los sindicatos. Lo que sucedía es que eso no se reflejaba en la toma de decisiones –como ya dije–, aun cuando existían mujeres que ocuparon cargos de jerarquía. En el gremio docente lo que no se encontraba era la conciencia de clase, ya que a las docentes les costaba mucho verse como trabajadoras, se veían todavía vinculadas a ese rol apostólico del cuidado con el que nació un poco la tarea de las maestras.

Volviendo a tu pregunta, siento que lo que nos faltaba, y hoy creo que a pesar de los avances sigue faltando, es ocupar los espacios de poder, a pesar de que participábamos, y de forma muy activa. Pensá en la dirigencia de la CTERA, siguen siendo los hombres los que ocupan esos espacios, incluso en gremios donde somos mayoría las mujeres trabajadoras.

AS: ¿Cuál fue tu participación en el Cordobazo?

Desde el sindicato sentimos que debíamos estar, entonces marchamos desde la sede de la Delegación Capital –sin que la conducción oficial provincial estuviera o avalara– directamente por la Cañada mientras nos paraba la policía. Para defendernos tirábamos bolitas a los caballos de la montada. Estuvimos todos juntos y la consigna principal era no dejarnos meter en cana. Yo anduve por Güemes haciendo barricadas, recibimos mucha solidaridad de los vecinos que nos convidaban con mate cocido y nos refugiaban hasta que pasara el malón de policías.

Por la tarde, en los barrios, con las familias, con los vecinos, buscábamos maderas para las fogatas. Esa era otra tarea, no sé si era muy táctica, pero era la forma de expresarnos que encontramos. No tuve miedo porque sentía que el pueblo estaba en las calles y nos acompañaban. Las mujeres estuvimos en la calle y tuvimos protagonismo, tanto en los barrios como en otras organizaciones. No es que fuéramos mayoría, no, pero había un interés en la participación y en la lucha.

AS: ¿Qué saldo crees que dejo la experiencia del Cordobazo?

En ese año ya todo empezaba a cambiar en este país. Los 70 trajeron  otras improntas, otra forma de pensar la política y de construir. Yo, durante muchos años, fui muy pesimista a la hora de analizar si habíamos logrado acumular algo después del Cordobazo por la ruptura del tejido social que lograron con las encarcelaciones y el miedo fue muy grande. Fueron generando terror, tanto en la época de Lanusse como en la etapa posterior. Ya había sucedido la masacre de Trelew… empezamos a darnos cuenta de que eran capaces de cualquier cosa. Después del Navarrazo nos intervinieron el sindicato, junto a una gran cantidad de gremios. Yo ya estaba en pareja con quien fue mi compañero, Eduardo Requena. Él, en 1973, participó también en la creación de la CTERA, e incluso llego a la conducción. Eduardo hoy se encuentra desaparecido. A mí me secuestraron el 9 de Marzo de 1976 mientras volanteaba junto a un compañero, el dirigente Rafael Flores.

Lucía Scrimini (1948), estudiante de Medicina:

“En las fotos que perduran, las mujeres ¡no se ven!”

Aldana Sánchez: ¿De dónde sos y por qué fuiste a Córdoba estudiar?

Lucía Scrimini: Nací en Santiago del Estero y fuimos, junto a mi hermano, a estudiar a Córdoba porque en Santiago no existía la oferta que tenía la UNC.

AS: ¿Dónde militabas en esa época?

LS: En 1969 estudiaba Medicina, pertenecía al Partido Comunista (PC), al sector estudiantil de la Federación Juvenil Comunista (FJC). En esa época era secretaria de prensa del sector universitario. Fui delegada a la Federación Universitaria de Córdoba (FUC) por el Centro de Estudiantes de Medicina (CEM). Luego fui delegada a la Federación Universitaria Argentina (FUA).

AS: ¿Cómo caracterizas que era el movimiento estudiantil cordobés?

LS: El movimiento estudiantil era muy participativo en general en la política provincial y nacional, y también muy integrado al movimiento obrero. Creo que “la política” estaba muy marcada por los movimientos, mucho más de lo que pasaba en las estructuras de gobierno, por supuesto impactadas, tanto que –después del Cordobazo– cayó la dictadura de Onganía… Por ejemplo, se hacían cursos masivos en los edificios de Luz y Fuerza, el gremio liderado por Agustín Tosco.

AS: ¿Y la participación de las mujeres, qué rol cumplían?

LS: Según mi recuerdo, había una cantidad bastante pareja de militantes mujeres y hombres, lo mismo en el sindicato de Luz y Fuerza donde militaban muchas compañeras.

Lo que puedo reflexionar hoy es sobre los modos participativos. Por ejemplo, ganábamos las elecciones del CEM con un trabajo cara a cara especialmente femenino. Nuestro modo era afectivo, de compañerismo y solidaridad, de mucha dedicación a lo pedagógico, a talleres, grupos, arte. La tarea masculina era más de estrategias políticas.

Yo me afilié al PC porque estaba mi hermano ahí. Persistí cuando hubo fracturas, porque era una izquierda que no proponía la lucha armada como única salida. Y dentro de nuestra organización, cuando se hacían prácticas militares yo no participaba. Entonces decía que ni a mi peor enemigo podría volarle la cabeza. Creía que era cobardía de mi parte e incomprensión política. En los grupos guerrilleros encontré maravillosos cómplices de vida. Hoy ya puedo conceptualizar políticamente la misma posición pacifista, asumirla desde una concepción feminista o “gandhista”.

No conocíamos el feminismo en esos momentos en nuestros contextos. Cuando los partidos diferenciaban las tareas “femeninas” eran siempre banalizadas, secundarias, etc. Por ejemplo, en el 73 yo era secretaria del sector universitario. Rompimos las reglas verticalistas, armamos un secretariado de cinco personas y un ampliado de 10 –la estructura propuesta desde el Partido Comunista de la Unión Soviética para las células de cada partido del mundo era de tres y siempre vertical–; discutíamos los mandatos del Comité Central y no nos alineábamos. Cuando pretendían desde la dirección nacional convocarme por separado a mí como “máxima dirigente” del sector –para recriminar la no alineación– no permitíamos la individuación y nos presentábamos todes... Entonces me cambiaron de función, según sus estrategias hipócritas, como promoción al movimiento de mujeres, a la Unión de Mujeres Argentinas. Para nosotres era obvio que eso representaba una sanción. Entonces, todo el sector universitario y de artistas –mujeres y varones– vinieron conmigo al movimiento de mujeres.

AS: ¿Si pensáramos en un balance sobre el rol de las mujeres, cuál sería el tuyo sobre esa época?

LS: Creo que los 60/70 se caracterizaron por una irrupción de las mujeres en paridad en la política, las universidades, las fábricas, el arte. Irrumpen ideas del “amor libre”, la anticoncepción y el aborto rompiendo prejuicios. Había un imaginario de “igualdad”. Sólo en el transcurrir puedo percibir la confusión de “igualdad” con “mujeres autorizadas a incluirse en las mismas tareas que los hombres”. Lo patriarcal, especialmente de las organizaciones políticas, sindicales, universitarias, educativas, etc.,  hace a la diferencia y muchas veces es en la existencia real de las mujeres donde se podía y puede ver los efectos.

AS: ¿Cómo recordás ese 29 de Mayo de 1969?

LS: Ese día era inquietante, según recuerdo. Era importante ese paro. Muchas cosas habíamos organizado para la calle. Por eso estaba prevista la cita en la casa en la que estábamos cuando nos allanaron. Una casa del Barrio Clínicas, donde fueron nuestras movidas más activas.

Yo vivía con compañeras, fuimos todas al Hospital de Clínicas donde nos organizamos para ir a la ciudad universitaria. Caminamos hasta allí, éramos un grupo grande. Ya teníamos una emoción de jornada especial. Cuando llegamos a la ciudad universitaria, en el predio del comedor estudiantil, ya había una multitud nada usual. En eso veo llegar literalmente volando a mi querido hermano, en ese momento presidente de la FUC. Lo habían levantado en andas para que pueda llegar a una tarima para que hable. Él en sus discursos siempre movía fuerte emociones, pero ese momento creo que es inolvidable, había una energía inédita, aunque fue una propuesta sólo organizativa, pero descriptiva de la situación confluente de las luchas, se sentía en esa información la efervescencia que habitaba la ciudad. Mi emoción era enorme, convocamos a todos los que pudimos y salimos hacia el centro y a los que nos correspondía al Barrio Clínicas, donde logramos llegar atravesando una ciudad en llamas de barricadas... Recuerdo haber participado de varias aportando material combustible, y la más significativa fue cuando los cumpas sacaban los autos de la Citröen. Es cierto que la fuerza inaudita era de los muchachos arrastrando autos, pero nosotras aportábamos al fuego y a la ronda ritualesca de esa situación. Lo que no entiendo es en qué momento los fotógrafos mediáticos tomaban fotos, porque en las que perduran, de diarios y revistas, las mujeres ¡no se ven!

Cuando empezó la represión más dura, corrimos a la casa prevista. Considerábamos  que la cita perduraba. Golpearon la puerta desesperadamente. Había un estudiante herido en el pie. Lo hicimos pasar, estábamos haciendo primeros auxilios, alguien llamó al hospital. Cuando llegó la ambulancia, junto con ella llegó el ejército. Sé que algunos se pusieron guardapolvo y simularon ser del hospital y fugaron, no fue mi caso. Lo que no recuerdo es qué pasó con las y los demás, porque de allí fuimos sólo tres chicas. Posteriormente fuimos acusadas de haber preparado un “hospital de guerra” (risas).

A modo de cierre

Si bien se puede afirmar que el Cordobazo junto a otros levantamientos –que nada tuvieron de espontáneos– evidencian años de practicar otro tipo de organización político-sindical, también manifestaron que la única forma de combatir era en las calles y que a pesar de no formar parte protagónica en los libros de historia las mujeres lo hacían codo a codo, o a “los codazos”, cuando se trataba de reclamar un lugar en las comisiones internas y en los partidos políticos. Eran parte de nuevas prácticas antiburocráticas que identificaron el nacimiento del clasismo y que buscaban librarse de la burocracia de las centrales sindicales. Sin embargo esta tarea era doblemente dificultosa si era emprendida por las mujeres, ya que en muchas oportunidades debían “demostrar” su capacidad para ocupar espacios, que en la mayoría de los casos eran de muy poca monta, al interior de la organización sindical o partidaria. La pugna entre las obligaciones reproductivas y las nuevas responsabilidades profesionales y militantes, llenaba de culpa a estas mujeres. Eludir el rol histórico designado –madre, esposa e hija– no resultó tarea fácil, a pesar de las grandes transformaciones que la década de 1960 trajo consigo. Aun siendo parte fundamental y constituyendo la mitad de los cuadros que conformaron posteriormente las organizaciones de los setenta, las investigaciones demuestran que en su mayoría estaban en las bases ejerciendo actividades cuasi secundarias o eran casos excepcionales las que alcanzaron algún rango mayor en dichas estructuras.

Nos propusimos no sólo rescatar a las mujeres como actoras sociales activas, sino estudiar el rol que se les asignaba a varones y mujeres dentro de la constitución de un orden social determinado. Esto, a su vez, contribuye a intentar comprender la naturaleza misma de la construcción del poder, en tanto que la lógica de género es un reflejo de la lógica del poder, de la dominación. Según Joan Scott “el género es una manera primaria de significar las relaciones de poder”. Esta afirmación nos permite comprender que, a partir del género, se conforman toda una serie de representaciones simbólicas que estructuran la organización social y se establece una determinada distribución del poder entre los géneros, que no son ni más ni menos que el control de los recursos materiales y simbólicos. Por esta razón podemos decir que el género está involucrado en la construcción misma del poder.

Si bien las organizaciones feministas existían en la Argentina desde la década de 1940, eran, en el mejor de los casos, organizaciones tangenciales de algunos partidos políticos y en otros ramas femeninas que buscaban un tipo de organización que no fuera contra los mandatos socialmente establecidos para el lugar que debía ocupar la mujer en el orden social existente. Resulta entonces fundamental poner voz donde durante 50 años no la hubo. Realizar el ejercicio constructivo de disputar el sentido del poder de la palabra. Ellas –nosotras– siempre estuvimos. Ahora salimos del anonimato y estamos tomando el protagonismo histórico por asalto, así como en aquellos años difíciles lo hicieron estas luchadoras y militantes.

 


* Artículo enviado especialmente por el autor para su publicación en este número de Herramienta.

** Aldana Sánchez es Estudiante del Profesorado de Historia en el Instituto Joaquín V. González y militante feminista.

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