La crisis económica y financiera global pendiente
La crisis económica y financiera en curso dio fin a una fase muy larga de una acumulación que tuvo periódicamente altibajos (en 1949 para los EE.UU., y en 1974-1976 y 1981-1982 en todo el mundo), pero sin embargo ininterrumpida que se remonta hacia 1942 en el caso de los EE.UU., y hacia 1950 en el caso de Europa y Japón. El dinamismo inicial de la muy fuerte acumulación se debió a las grandes inversiones que se requerían para reconstruir la base material de las economías capitalistas luego de la larga depresión de la década de 1930, y las destrucciones masivas de la Segunda Guerra Mundial, así como también explotar las tecnologías creadas en la década de 1920 y por supuesto, como un resultado de la guerra.
Esta crisis comenzó como una crisis financiera, tras la cual se puso al descubierto una profunda crisis de sobreacumulación y sobreproducción, compuesta por una tasa decreciente de ganancias. La crisis estaba en ciernes desde la segunda mitad de la década de 1990, y se demoró por la creación masiva de crédito y la plena incorporación de China a la economía mundial. Dado que los EE.UU. son el principal centro financiero mundial, y donde el sistema de crédito había sido impulsado hasta su “límite extremo” (Marx, 1983, III: 568); fue allí que la crisis, en su dimensión financiera, estalló en julio de 2007 y alcanzó su paroxismo en septiembre de 2008. El crac que comenzó a fines de 2008 fue de naturaleza global y no sólo una “Gran Recesión” norteamericana, golpeando inicialmente a las economías industrializadas. Los países emergentes, que pensaron que permanecerían mayormente inmunes a sus efectos, más tarde perderían esta ilusión. En 2008 el capitalismo mundial, dirigido por los EE.UU., determinó que la configuración combinada de las relaciones internas y políticas impidieran que la crisis destruyera el capital ficticio y productivo de la misma manera que ocurrió en la década de 1930. La velocidad y la escala de la intervención gubernamental en 2008 por parte de los EE.UU. y los principales países europeos para apoyar al sistema financiero, y también, en forma temporal y en un menor grado, a la industria automovilística, expresan la presión directa de los bancos en defensa de la riqueza financiera y de las automotrices estadounidenses y europeas para proteger su posición contra los competidores asiáticos. Pero también expresaron una considerable cautela política, tanto local como internacionalmente. El aparato estalinista-cum-capitalista y la élite social chinos compartieron estas preocupaciones y financiaron grandes inversiones a la manera keynesiana. China depende altamente de las exportaciones y su élite también tiene un genuino temor del proletariado.
Las medidas políticas promulgadas en 2008-2009 para contener la crisis ayudan a explicar la persistencia y el ulterior crecimiento de una masa de capital ficticio en la forma de títulos sobre el valor y el plusvalor implicados en innumerables operaciones especulativas, al mismo tiempo que una situación irresuelta de sobreacumulación y superproducción de una amplia gama de industrias. El continuo recurso de los gobiernos y los bancos centrales del G7 a la inyección de masivas cantidades de dinero nuevo en sus economías (quantitative easing, o “alivio cuantitativo”) ha provocado que enormes sumas nominales de capital ficticio ronden por los mercados financieros mundiales, volviéndolos altamente inestables.
La convergencia de muchas crisis y la situación de la clase obrera
La duración de la crisis mundial y la ausencia en la burguesía de un horizonte económico que no sea el de cortas recuperaciones cíclicas anuncian la convergencia y en última instancia la fusión de los efectos económicos y sociales de una prolongada crisis económica con los efectos, de dimensiones portentosas, del cambio climático. La primera advertencia sobre los peligros del cambio climático se remonta a la década de 1980, y obligó a las Naciones Unidas a crear el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC en inglés). El calentamiento global ha sido medido en forma cada vez más precisa y sus consecuencias fueron documentadas por los sucesivos informes del IPCC (1990, 1995, 2001, 2007 y 2014). Pero no han sido tomados en cuenta. El “escepticismo” sobre el cambio climático financiado por los
lobbies petroleros ha cedido su lugar al reconocimiento formal y retórico por los gobiernos. Hace cinco años,
The Economist publicó una síntesis muy bien informada anunciando que “se acabó la lucha para limitar el calentamiento global a niveles tolerados aceptables”.
1 Las cuatro principales conferencias internacionales que han tenido lugar desde entonces han sido básicamente costosas y cínicas operaciones de comunicación, con el objeto de engañar a los no informados. La convergencia y la fusión final de la crisis económica y la ambiental plantean simultáneamente dos cuestiones relacionadas: la del futuro del capitalismo y la de las perspectivas de vida para decenas de millones de personas en determinadas partes del mundo y para la existencia social civilizada en todo él.
Luego de la incorporación de China, hasta para los EE.UU. es cierto el fundamental comentario metodológico de Trotsky de que “una potente realidad con vida propia, creada por la división internacional del trabajo y el mercado mundial [...] impera en los tiempos que corremos sobre los mercados nacionales” (Trotsky, 1930: 3). La liberalización y la globalización también han desatado a “las fuerzas ciegas de la competencia” con un grado de brutalidad no sufrida antes y por cierto, no durante las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Para todas las burguesías locales, la pérdida del margen de control de la política económica que poseían cuando las economías nacionales tenían un cierto grado de autonomía es un importante componente de la crisis política que están sufriendo. Esto obliga a las principales potencias a compensar las nuevas situaciones no deseadas o agudizadas de dependencia económica del exterior por medios políticos y militares en el ámbito de su esfera de influencia. El malestar ante la globalización tal como lo expresa políticamente el neoconservadurismo estadounidense ayuda a comprender que la invasión de Irak, no es sólo por el control del petróleo. La política de Rusia en Siria es de la misma naturaleza. Detrás de la crisis de la Unión Europea también se halla la idea de que los gobiernos pueden recobrar el control de ciertos parámetros políticos y económicos.
Para la clase obrera las consecuencias de la liberalización y globalización del capital son aún más graves. La experiencia histórica acumulada de los trabajadores ha sido exclusivamente la de la lucha contra el capital en el ámbito de las fronteras nacionales. Las organizaciones de la clase obrera, los sindicatos y los partidos políticos pudieron “centralizar las múltiples luchas locales, que en todas partes poseen el mismo carácter, en una lucha nacional, en una lucha de las clases” (Marx y Engels, 2008: 36). Pero en las palabras de Marx y Engels, esta lucha era “quebrantada de nuevo a cada instante a través de la competencia entre los propios trabajadores” creada por los capitalistas en el mercado laboral. Hoy, los capitalistas pueden enfrentar entre sí a los trabajadores de diferentes países y continentes. El logro más grande del capital durante los últimos 40 años ha sido la creación de una “fuerza laboral mundial”, a través de la liberalización de las finanzas, el comercio y la inversión directa y la incorporación de China e India en el mercado mundial. A esto frecuentemente se lo llama la “gran duplicación de la reserva de trabajo mundial”,
2 de la reserva industrial mundial potencial, con palabras de Marx. Su existencia crea las condiciones para aumentar la tasa de explotación y la configuración del ejército de reserva industrial en cada economía nacional. Las tecnologías de la información y la comunicación han llevado a una fragmentación cada vez mayor de los procesos de trabajo, a la que ahora se agrega el verdadero ingreso en la era de la robotización.
La vacilante acumulación del capital
Un modo de producción es al mismo tiempo una forma específica de la organización de las relaciones sociales de producción, junto a las correspondientes relaciones de distribución, y un modo de dominación social organizado institucional y políticamente. Cuando el modo de producción qua relaciones sociales de producción comienza a vacilar y a paralizarse, y la reproducción ampliada se desacelera fuertemente, la experiencia histórica muestra que los componentes dominantes de las clases altas tendrán como su único objetivo y horizonte la preservación a toda costa de sus privilegios y su poder apoyados en determinadas instituciones. Rechazarán todo pedido de reforma, aunque provengan de miembros de sus propias filas. Así sucedió con la corte de la monarquía absoluta en Francia, con ministros como Turgot y nuevamente en la corte de la Rusia zarista. Ese fue el caso también cuando las híbridas relaciones sociales sui generis de producción de la Unión Soviética llegaron a su límite. La burguesía está hoy en esta situación. No tiene entre sus filas a un Roosevelt. Las expresiones de su crisis incluyen la extensión y la profundidad de la corrupción, el muy bajo nivel de debate político, el cinismo de las corporaciones y la parálisis de los gobiernos frente al cambio climático. La conferencia de Davos en 2016 eligió centrarse en la crisis de los bancos europeos y cuestiones similares, en lugar de discutir el informe que expresaba en términos diplomáticos:
La preocupación sobre los efectos de la desintermediación digital, la robótica avanzada y la economía colaborativa sobre el crecimiento de la productividad, la creación de empleos y el poder de compra. Es evidente que la generación del milenio experimentará en la próxima década un cambio tecnológico mayor que lo que hubo en los últimos 50 años, no dejando intacto a ningún aspecto de la sociedad global. Los grandes adelantos científicos y tecnológicos, desde la inteligencia artificial hasta la medicina de precisión, se plantean transformar nuestra identidad humana.3
Un importante elemento de la situación actual es la ausencia de prerrequisitos exógenos, de los que anteriormente se disponía para una renovada acumulación a largo plazo. La reactivación de las “ondas largas” en el sentido que les daba Trotsky, y que reconocía de una manera complicada Mandel, la determinaban factores exógenos, como las guerras mundiales, las masivas ampliaciones del mercado debido a una expansión territorial (la “frontera” en la historia estadounidense) o la creación de nuevas industrias como resultado de importantes adelantos tecnológicos. Las condiciones políticas para una guerra mundial (una preparación ideológica del tipo de la que llevó a cabo el nazismo luego de 1933) no existe hoy en día. De modo que para la burguesía, el problema es hallar un factor capaz de impulsar la acumulación otra vez, luego de varias décadas. Desde que se incorporó a China en el mercado mundial, ya no quedan “fronteras”. La única posibilidad son las nuevas tecnologías. Solamente éstas, con una inversión extremadamente alta y sus efectos en los empleos, son capaces de impulsar una nueva onda larga de acumulación, asociada con la expansión a través de nuevos mercados. El rol de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en la reconfiguración radical de la organización del trabajo y en la vida cotidiana es indudable. La gran cuestión es si ellas tienen las consecuencias en la inversión y en el empleo, capaces de impulsar una nueva onda larga de la acumulación. Sus impactos generalizados en el ahorro de fuerza de trabajo, junto a su efecto en incrementar el valor del capital constante invertido, sugieren lo contrario; en particular, si no está a la vista una “Cuarta Revolución Industrial”, o sea, un aumento radical de las tecnologías que surgieron en la “Tercer Revolución Industrial”, como la llamaban los teóricos neoschumpeterianos. La opinión dominante entre los economistas y sociólogos estadounidenses es que los factores que impulsaron el crecimiento económico durante la mayor parte de la historia norteamericana, se han gastado en gran medida. Dicen que se ha llegado a una “meseta tecnológica”, y apuntan a los “resultados más fáciles”, que tuvieron un rápido crecimiento, incluyendo el cultivo de muchas tierras antes no trabajadas, o de descubrimientos tecnológicos “trascendentales”, en especial en el transporte, la electricidad, las comunicaciones masivas, la refrigeración y los servicios sanitarios, y finalmente la educación masiva. Lo que las tecnologías de la información y la comunicación ofrecen al capital y al estado en la forma de “macro datos” es una capacidad sin precedentes para el control social y político. No ofrecen ninguna solución para el desempleo masivo
4 y aumentan la composición orgánica del capital.
Una temprana reflexión sobre el futuro del capitalismo
En su introducción a la edición por Penguin del tomo III de El capital, Mandel (1981: 78) desarrolla una serie de elaboraciones teóricas sobre el “destino del capitalismo”. Al contrario que Sweezy, Mandel discute la teoría de Grossman sobre el colapso capitalista en forma respetuosa y seria. Esto lo lleva a analizar las consecuencias de lo que él llama en esa época el “robotismo”. Las nuevas tecnologías todavía estaban en su infancia cuando escribía esto, pero para Mandel ellas ya tenían potencialmente consecuencias portentosas. Teniendo en cuenta los pronósticos que hemos discutidos antes, es importante leerlas y discutirlas:
La extensión de la automatización más allá de un determinado límite conduce, inevitablemente, primero a una reducción del volumen total del valor producido, luego a una reducción del volumen total del plusvalor producido. Esto desata una “crisis del colapso” combinada en forma cuádruple: una enorme crisis de reducción en la tasa de ganancia; una enorme crisis de realización (el aumento en la productividad del trabajo que implica el robotismo expande la masa de valores de uso producida a un ritmo aún más alto que el ritmo de reducción de los salarios reales, y una creciente proporción de estos valores de uso se vuelve invendible); una masiva crisis social; y una inmensa crisis de “reconversión” [en otras palabras, de la capacidad del capitalismo para adaptarse] a través de la desvalorización; la formas específicas de la destrucción del capital amenazan no sólo a la supervivencia de la civilización humana, sino también la supervivencia de la humanidad o de la vida en nuestro planeta (ibíd.: 87).
Poco después, para que se lo entienda mejor, Mandel escribe:
Es evidente que esa tendencia hacia la modernización del trabajo en sectores productivos con el más alto desarrollo tecnológico debe, necesariamente, ser acompañado por su propia negación: un aumento en el desempleo masivo, en la ampliación de sectores marginalizados de la población, en la cantidad de quienes “abandonan” y de todos a quienes el desarrollo “final” de la tecnología capitalista los expulsa del proceso de producción. Esto significa que a los crecientes desafíos a las relaciones capitalistas de producción en el ámbito de la fábrica se suman crecientes desafíos a todas las relaciones y valores burgueses básicos en la sociedad de conjunto, y estos también constituyen un elemento importante y periódicamente explosivo de la tendencia del capitalismo al colapso final (ibíd.).
Y luego agrega:
No necesariamente es un colapso a favor de una forma superior de organización social o civilización. Precisamente como una función de la propia degeneración del capitalismo, los fenómenos de decadencia cultural, de retrogresión en las esferas de la ideología y el respeto a los derechos humanos, multiplican al mismo tiempo la sucesión ininterrumpida de crisis multiformes, con las que esa degeneración nos enfrentará (ya nos está enfrentando). La barbarie, como un posible resultado del colapso del sistema, es una perspectiva mucho más concreta y precisa hoy que lo que fue en las décadas de 1920 y 1930. Hasta los horrores de Auschwitz e Hiroshima parecerán moderados comparados con los horrores con los que una continua decadencia del sistema confrontará a la humanidad. Bajo estas circunstancias, la lucha por un desenlace socialista asume el significado de una lucha por la propia supervivencia de la civilización humana y la raza humana (ibíd.: 89).
Mandel modera su perspectiva ciertamente catastrófica con un mensaje de esperanza, adaptado de la problemática de El programa de transición:
El proletariado, como lo ha mostrado Marx, reúne todos los prerrequisitos objetivos para dirigir exitosamente esa lucha; y hoy, eso sigue siendo más cierto que nunca. Y tiene al menos el potencial para adquirir los prerrequisitos subjetivos también, para una victoria del socialismo mundial. Si ese potencial se hará verdaderamente realidad dependerá, en último análisis, de los esfuerzos conscientes de los marxistas revolucionarios organizados, integrándose con las periódicas luchas espontáneas del proletariado para reorganizar la sociedad siguiendo los lineamientos socialistas, y conduciéndolo a objetivos precisos: la conquista del poder estatal y la revolución social radical. No veo más motivos para ser pesimista hoy en cuanto al resultado de esa empresa, que los que había en la época en que Marx escribió El capital (ibíd.: 89 y s.).
Que una revolución social radical es la solución, es algo más cierto que nunca, pero la amenaza de las crisis ecológicas, algo que era imprevisible para Marx, como también el legado político del siglo XX, no nos inducen a ser tan optimistas como trataba ser Mandel en 1981. En la tradición revolucionaria a la que adherí, el socialismo era una “necesidad” en dos sentidos de la palabra: el de ser la única respuesta decisiva y duradera, no sólo para la situación de la clase obrera y los sumergidos, sino para la satisfacción de las necesidades humanas; y el de ser el resultado del movimiento del desarrollo capitalista. La burguesía no dejaría la escena sin luchar y los procesos contrarrevolucionarios como el nacimiento del estalinismo o el maoísmo podrían ocurrir, pero “la historia está de nuestro lado”. Los marxistas revolucionarios eran la “expresión consciente” de procesos económicos y sociales fundamentales. Esta visión del mundo estaba enraizada en la lectura de los numerosos párrafos de Marx y posteriormente, en los de los principales revolucionarios marxistas que parecían respaldarlo; en particular, Lenin, y en el caso de Trotsky, por una lectura unilateral de las dos primeras secciones del Programa de Transición, y con muy poca discusión de sus numerosos textos que expresaban preocupaciones enraizadas en los sucesos de la década de 1930 pero que contenían reflexiones más generales, como en sus escritos sobre el fascismo y el nazismo. Rosa Luxemburgo era objeto de sospechas, no sólo debido a sus advertencias sobre el posible curso de la revolución de octubre, sino por la angustia contenida en el grito de “socialismo o barbarie”. El hecho de que en sus últimos años esta angustia también pasó a ser la de Trotsky, jamás fue discutido.
Los procesos políticos de fines de la década de 1980 y principios de la de 1990, con consecuencias mundiales (en particular, el hecho de que no sucediera la revolución política en la URSS), y las divisiones organizativas vacías de perspectivas me volvieron cada vez más receptivo al pensamiento de filósofos de la Europa central. El primero fue Mészáros, con la siguiente afirmación de su libro originalmente publicado en 1995:
Todo sistema de reproducción metabólica social tiene sus límites intrínsecos o absolutos que no se pueden traspasar sin cambiar el modo de control prevaleciente en uno cualitativamente diferente. Cuando en el curso del desarrollo histórico se llega hasta esos límites se hace imperativo transformar los parámetros estructurales del orden establecido –o en otras palabras, sus “premisas prácticas” objetivas– que normalmente circunscriben el marco general de ajuste de las prácticas reproductivas factibles bajo esas circunstancias (Mészáros, 2000: 163).5
Y a este párrafo le sigue la siguiente afirmación de que en el caso del capitalismo,
el margen para el desplazamiento de las contradicciones del sistema se torna aún más estrecho y sus pretensiones de un estatus indesafiable de la causa sui se hacen palpablemente absurdas, a pesar del poder destructivo antes inimaginable a disposición de sus personificaciones. Porque a través del ejercicio de tal poder el capital puede destruir a la humanidad en general –que es precisamente a lo que parece estar en verdad encaminado (y con ello, de seguro, también a su propio sistema de control)– pero no selectivamente a su antagonista histórico [la clase obrera] (ibíd.: 166 y s.).
El otro autor que me ha alentado a investigar el concepto de los límites absolutos de la producción capitalista es el filósofo alemán Robert Kurz. Como Mandel, en una lectura de Marx que ha levantado muchas controversias,
6 él apunta a los efectos en el ahorro de trabajo y en la mejora de la productividad de las tecnologías relacionadas con la tecnología de la información y la comunicación, y sus consecuencias en la agudización de las contradicciones de la producción capitalista.
Dado el nivel de las contradicciones que han alcanzado, nos enfrentamos desde ahora con la tarea de reformular la crítica de las formas capitalistas y en la de su abolición. Esta es simplemente la situación histórica en la que estamos, y sería fútil llorar sobre las batallas perdidas del pasado. Si el capitalismo llega ante los que son objetivamente sus límites históricos absolutos, sin embargo es cierto que, por falta de una consciencia crítica suficiente, la lucha por la emancipación también puede fracasar. El resultado sería entonces no una nueva primavera de la acumulación, sino como lo dijo Marx, la caída de todos en la barbarie.7
El advenimiento de una nueva barrera inmanente más formidable y sus consecuencias
En ausencia de los factores capaces de lanzar una nueva fase de acumulación sostenida, la perspectiva es la de una situación en la que las consecuencias del lento crecimiento y la endémica inestabilidad financiera, junto al caos político que ellos alimentan en ciertas regiones hoy y potencialmente en otras, convergería con los impactos sociales y políticos del cambio de clima. El concepto de barbarie, asociado con las dos guerras mundiales y el Holocausto y más recientemente con los genocidios contemporáneos también se hará aplicable entonces a ellos. El precedente de la vinculación de la cuestión ecológica con la caída de nuestra sociedad en la barbarie se lo debe atribuir otra vez a Mészáros:
En alguna medida Marx ya era consciente del “problema ecológico”, es decir, los problemas de la ecología bajo el dominio del capital y los peligros implícitos en él para la supervivencia humana. De hecho, fue el primero en conceptualizarlo. Habló sobre la contaminación e insistió en que la lógica del capital –que debe perseguir las ganancias, de acuerdo con la dinámica de la auto-expansión y la acumulación del capital– no puede tener ninguna consideración para los valores humanos e incluso para la supervivencia humana [...]. Por supuesto, lo que no se puede hallar en Marx, es una explicación de la mayor gravedad de la situación en la que nos encontramos. Para nosotros la supervivencia humana es una cuestión urgente (Mészáros, 2001: 99).
Cuando hablamos de amenaza a la supervivencia humana, por supuesto, queremos decir una amenaza a la civilización tal como la conocemos hasta ahora. Los seres humanos sobrevivirán, pero si no derriban al capitalismo, vivirán, a nivel mundial, en una sociedad del tipo de la que describió Jack London en su gran novela distópica, El talón de hierro. Hasta que tenga lugar el cambio revolucionario, estamos atrapados por las relaciones y las contradicciones específicas del modo capitalista de producción. Un modo de producción caracterizado por “el movimiento infatigable de la obtención de ganancias, el afán absoluto de enriquecimiento” (Marx, 1983: I, 187), no puede tomar en cuenta un mensaje que exige un fin al crecimiento, tal como se entiende tradicionalmente, y un uso negociado y planificado de los recursos restantes.
La acumulación del capital ha tomado la forma del desarrollo de industrias específicas. La combinación de la crisis global económica y la crisis ecológica del capitalismo es simultáneamente la de las relaciones sociales de producción y de un determinado modo de producción material, el consumo, el uso de la energía y los materiales o, nuevamente toda la base material en la que ha tenido lugar la acumulación, en particular durante los últimos 60 años, y las industrias asociadas con él –las energéticas, las automovilísticas, las infraestructuras viales y la construcción en particular, que conducen a modelos de ciudades intensivas en energía y de la producción de agroquímicos. La prolongación de este modo bajo el capitalismo implica formas cada vez más destructivas de minería, perforación petrolera (por
ejemplo, la perforación de pozos a través de espesas capas de sal en aguas ultraprofundas en el Ártico), la producción agrícola (el uso altamente intensivo de ingredientes químicos y la expansión de la agricultura mediante la deforestación) y los recursos oceánicos. Esas formas representan “el esfuerzo del capital para revertir la desaceleración de la productividad a través de una serie de desesperadas batallas por las últimas migajas de los últimos restos baratos de la naturaleza” (Moore, 2014: 37). El agente de esta destrucción es la figura contemporánea del “capitalista, o sea como capital personificado, dotado de conciencia y voluntad” (Marx, 1983, I: 187), a saber, la gran corporación industrial y minera y quienes la poseen y controlan.
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Ahora es evidente que el calentamiento global y el agotamiento ecológico se han convertido en una “barrera inmanente” para el capital, y no, como todavía se lee en obras anteriores de estudiosos estadounidenses, en una barrera exterior. En su libro, que recibí cuando estaba terminando con esta conclusión, Moore escribe que “los límites al crecimiento que enfrenta el capital son suficientemente reales: son ‘límites’ coproducidos mediante el capitalismo. El límite ecológico mundial del capital es el propio capital” (Moore, 2015: 295). Esta coproducción se remonta a la época del capital mercantil, y en la época más reciente ha sido moldeada por la globalización y la financiarización. Esta es una barrera que no puede, como se expone en el tomo III de El capital, capítulo 15, ser resuelta temporalmente a través de “la desvalorización periódica del capital ya existente” o superándola en virtud de “medios que vuelven a alzar ante ella esos mismos límites, en escala aún más formidable” (Marx, 1983: III, 320 y s.). La barrera está allí para permanecer. Foster ha tomado el concepto del límite o barrera absoluta del capital y lo ha desarrollado en relación con el medio ambiente, agregando detallados comentarios a los textos pertinentes de Marx. Considera que el “precipicio ecológico que se aproxima” (Bellamy Foster, 2013: 1) como algo que cada vez está más cerca. El agotamiento de los recursos es irreversible, o sólo reversible en un largo tiempo, que podría tomar siglos. Tan profundamente intensivo en carbón es el actual régimen energético imbricado con los modos de producción y de vivir forjados por el capitalismo, que el ritmo del calentamiento global está fuera de control, al menos en la actualidad. En el “mejor escenario” (un escenario sin procesos de realimentación), la cuestión que se plantea es sobre la “adaptación” y de este modo, está determinada por las clases y la división entre países ricos y países pobres, que serán las que decidirán quiénes serán más perjudicados en el mundo .
Como subrayó Mandel más arriba, el hecho de que el capitalismo haya alcanzado sus límites absolutos no significa que cederá el paso a un nuevo modo de producción.
9 Las élites y los gobiernos controlados por ellas prestan más atención que nunca a la preservación y reproducción del orden capitalista. De modo que a su progresivo hundimiento junto a los efectos previsibles e imprevisibles del cambio climático se sumarán guerras y regresiones ideológicas y culturales, tanto las provocadas por la mercantilización y la financiarización de la vida cotidiana como las que toman la forma del fundamentalismo y el fanatismo religioso de los tres monoteísmos. La mortalidad a causa a las guerras locales, las enfermedades, y las condiciones sanitarias y nutricionales debidas a la gran pobreza continúan siendo contadas en decenas, sino centenares, de millones.
10 Los impactos del cambio climático aumentan en determinadas partes del mundo (el delta del Ganges, gran parte de África, las islas del Pacífico Sur) y ya ponen en peligro las mismas condiciones de reproducción social de los oprimidos (este tema fue central en Chesnais y Serfati, 2003). Necesariamente, ellos resistirán o procurarán sobrevivir lo mejor que puedan. Las consecuencias serán violentos conflictos sobre los recursos acuíferos, guerras civiles, prolongadas por la intervención extranjera en los países más pobres del mundo, enormes desplazamientos de refugiados causados por las guerras y el cambio climático (Dyer, 2010). Quienes dominan y oprimen al orden mundial consideran esto como una amenaza a su “seguridad nacional”. En un informe reciente del Departamento de Defensa de los EE.UU. se afirma que el cambio climático global tendrá implicancias de amplio alcance para los intereses de la seguridad nacional del país.
11 Moore escribe que “el giro hacia la financialización, y la cada vez más profunda capitalización en la esfera de la reproducción, ha sido una forma poderosa de posponer la rebelión inevitable. Esto ha permitido sobrevivir al capitalismo. Pero, ¿por cuánto tiempo más?” (Moore, 2015: 305). Hay otras preguntas, que no son muy diferentes: “nosotros”, ¿podremos liberarnos, derribar al capitalismo para establecer una “sociedad humana en relación con la naturaleza” totalmente diferente? Y si no podemos, ¿sobrevivirá la sociedad civilizada? Pues un modo de producción que está colapsando nos arrastrará a todos en su caída.
Las generaciones más jóvenes de hoy y quienes las seguirán se enfrentan y cada vez más se enfrentarán con problemas extraordinariamente difíciles. Hay importantes batallas en algunos países, pero también en todos los demás, una cantidad innumerable de luchas auto-organizadas a nivel local que demuestran su plena capacidad para enfrentar esos problemas. Visto desde el punto de vista de la lucha por la emancipación social, su única perspectiva es la que se resume en la palabra que dijo Marx durante su última conversación registrada que tenemos, precisamente una conversación con un joven periodista estadounidense: “lucha”.
“Durante la conversación, surgió en mi mente una pregunta relativa a la suprema ley de la vida. Mientras descendía a las profundidades del lenguaje, y se elevaba a las alturas de la solemnidad, durante un instante de silencio, interrumpí al revolucionario y filósofo con estas decisivas palabras, ‘¿Qué es?’. Parecía como si por un momento su mente diese marcha atrás mientras contemplaba bramar al mar ante él, así como a la inquieta multitud en la playa. ‘¿Qué es?’, había preguntado yo; a lo que en un tono profundo y solemne, replicó: ‘¡Lucha!’ Al principio creí haber oído el eco de la desesperación; pero por ventura, era la ley de la vida”.
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Los levantamientos en diferentes partes del mundo y las igualmente importantes innumerables luchas locales, muchas de las cuales son simultáneamente económicas y ecológicas, muestran que quienes participan en ellas lo comprenden. El inmenso desafío es el de centralizar esta latente energía revolucionaria en todo el mundo en formas políticas que no repitan las que tuvieron los desastrosos resultados del siglo pasado, y así crear realmente una fuerza que podría concebir y establecer las relaciones de la emancipación humana, y capaz también de detener el actual curso ecológico.
Bibliografía
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Chesnais, François / Serfati, Claude, “Les conditions physiques de la reproduction sociale”. En: Harribey J.-M. / Löwy, Michael(eds.), Capital contre nature. París: Presses Universitaires de France / Actuel Marx Confrontation, 2003.
Dardot, Pierre / Laval, Christian, Marx, Prénom: Karl. París: Gallimard, 2012.
Dyer, Gwynne, Climate Wars. The Fight for Survival as the World Overheats. Melbourne: Scribe Publishers, 2010.
Freeman, Richard, “What Really Ails Europe (and America): The Doubling of the Global Workforce”. En:
www.theglobalist.com (último acceso: 5 de marzo de 2010).
Kurz, Robert, Vies et mort du capitalisme. Chroniques de la crise. París: Éditions Lignes, 2011.
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– / Engels, Friedrich. El manifiesto comunista. Trad. de Miguel Vedda. Buenos Aires: Herramienta, 2008.
Mészáros, István, Más allá del capital. Caracas: Vadell, 2000.
–, The Alternative to Capital’s Social Order. From the “American Century” to the Crossroads. Socialism or Barbarism. Nueva York: Monthly Review Press, 2001.
Moore, Jason W, “The Crisis of Feudalism: An Enviromental History”. En: Organization and Environment 15/3 (septiembre de 2002).
–, Capitalism in the Web of Life, Ecology and the Accumulation of Capital. Nueva York: Verso, 2015.
Wheen, Francis, Karl Marx. Buenos Aires: Debate, 2015.
Escrito especialmente para su publicación en Herramienta.
Traducción de Francisco T. Sobrino.